Un tío mío, revisor de ferrocarril, tenía asignado, de modo permanente, el trayecto desde Salamanca a Fuentes de Oñoro. Con la camaradería que existe, a veces, entre los empleados -sobre todo si se da la circunstancia de prestigio por gran antigüedad en la empresa- ocupaba, después de haber revisado el tren, un asiento junto al ingeniero que tenía a su cargo los trabajos de mantenimiento de la línea. En cierta ocasión, se estaba construyendo un puente en el citado trayecto y el revisor se tomó el atrevimiento de criticar ante aquel ingeniero el hecho de que el puente en construcción admitía solo la instalación de vía sencilla, cuando ya se estaba instalando en casi toda España la vía doble. El ingeniero le contestó con un argumento muy comprensible en nuestro país: «Si yo construyo el puente para vía doble, ¿qué va a hacer mi hijo que está terminando la carrera de Ingeniero?» La prudencia aconsejó a mi tío Adolfo guardar un rápido silencio, por elemental educación.

Me ha suscitado esta anécdota el hecho, aparecido en las noticias de prensa, de que, en la actualidad (y no a mediados del siglo anterior) la vía del Ave se realice en vía sencilla en varios trayectos dentro de la provincia de Zamora, comenzando -no creo que sea por disimular- en Olmedo, ciudad perteneciente a la vecina Valladolid. Y lo peor de todo es que la decisión de esa malhadada restricción no se debe al ingeniero que dirige las obras, sino al ministerio del que dependen los transportes. Estoy seguro -lo aclaro muy intencionadamente- que tampoco es la ministra actual (zamorana muy celosa en sus cometidos) quien ha tomado esa decisión; lo cual añade gravedad al asunto: Un ingeniero y un ministro pueden ser desatendidos, incluso pueden cesar en sus funciones; pero las decisiones de un Gobierno -por desgracia- pueden continuar influyendo la política del Gobierno siguiente. Lo tenemos muy claro, en esa misma vía, con lo ocurrido el 24 de julio junto a Santiago de Compostela: El defectuoso trazado de una curva, efectuado durante el ministerio del señor Blanco, ocasionó la catástrofe que le cayó en suerte a doña Ana M.ª Pastor Julián. Lo de aquel Gobierno pasó a éste.

Lo de «allá lejos» alude -como es notorio- a las palabras del rey don Fernando I, cuando doña Urraca se quejó de quedar olvidada en el reparto de sus reinos y su padre tuvo la gentileza de dotar a la misma Urraca con Zamora y a Elvira con Toro. Y la relación de aquella expresión con el hecho de la vía sencilla tampoco es difícil de captar. Los que hemos viajado en tramos de vía estrecha tenemos la triste experiencia de esperar largos ratos porque tenía que pasar un tren con «preferencia». Y no servían de alivio, por ejemplo, los fabulosos paisajes de Despeñaperros, porque la detención ocurría en un lugar menos ameno y más tenebroso que las fantásticas vistas que ofrecía la carretera en «el salto del fraile» y similares. Se me dirá que el AVE es, precisamente, un tren que siempre tiene preferencia. Pero eso no convence.

El primero de los trayectos señalados en Zamora afecta a la vega del Duero y a la desfavorecida ciudad de Toro, cuyo agravio se agudiza en el hecho de no existir estación del tren rápido -ahora del Alvia y más tarde del AVE-. Esta carencia de estación se contradice de modo palmario con la propaganda -ficticia por eso- de magnificar la ciudad de doña Elvira con la importancia turística que le conceden sus numerosos monumentos, el vino de un notable reconocimiento mundial, la sabrosísima fruta y otros valiosos elementos de la atractiva y bien nutrida gastronomía. Ya solo el placer de asomarse a la vega desde el Espolón merece bien dedicar una mañana. Sin embargo, lleva mucho tiempo el Ayuntamiento de la ciudad solicitando un paso elevado que salve el paso peligroso en el que recientemente se ha producido una muerte. Estoy hablando mucho. Tal vez sea la olvidada estación de Toro el lugar de una de esas esperas que ocasiona la «vía única» en el largo trayecto Madrid-Galicia. Y allá, a 30 kilómetros, parta el tren esperado, desde la «lejana» Zamora.