Se malicia el tertuliano: ¿Tantos son y tanta fuerza tienen los frailes de Cataluña? No le ha sorprendido su proclama de adhesión al eutrapélico Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, «Proceso de Transición» o, dicho en plata, proyecto de ruptura de la unidad nacional a fin de cuentas, el demonio del separatismo siempre encontró alojamiento, manifiesto o clandestino, entre curas, frailes y cofrades, no solo en Cataluña sino también en Vasconia, Galicia, Canarias y en cualquier humilde cantón con pujos de identitaria grandeza. Es sabido que ETA nació en un seminario y que el monasterio de Montserrat mantuvo en años difíciles para la causa el rescoldo del catalanismo radical. Mayor incidencia que Antonio Cubillo pudo tener en la creación de un sentimiento independentista la Asamblea Conjunta de Las Palmas que, según comentó el director de un periódico local, dedicó más de una ponencia a denunciar presunto maltrato histórico de la España peninsular a las islas», afortunadas «natura sua» como solía decir el franciscano P. Salvador Sierra Muriel.

En efecto, nadie podría negar que la afición a la cosa política ha solicitado, a veces imponiéndose a la vocación religiosa, la atención de figuras o figurones de la jerarquía y del clero. Y en la pequeña historia no faltan curas trabucaires, gudaris y milicianos revolucionarios; no pocos colgaron definitivamente el hábito como hicieran los curas de la cárcel concordataria de Zamora, que recientemente se asomaron a la portada de este periódico dispuestos a reescribir la historia verídicamente contada y comentada en su día en las páginas de «El Correo de Zamora» y recordada con la fidelidad de testigo por don Clemenciano, sufrido capellán de la famosa cárcel.

A la clara y no intempestiva proclama clerical de adhesión a la causa de Artur Mas, ha dado clara y terminante respuesta el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Martínez Camino, el cual ha recordado la doctrina de la Iglesia sobre la autoridad civil. «La Iglesia -ha dicho Martínez Camino- siempre reconoce el poder legítimamente constituido». Y no deja el menor resquicio para la duda esta afirmación: «La unidad, la convivencia, la historia de España es un bien que hay que tratar con responsabilidad moral». Por otra parte, resulta oportuno considerar la doctrina de la Iglesia y las claras advertencias de los papas sobre los peligros y consecuencias del nacionalismo exacerbado. Pronto tendrá ocasión la Santa Sede de corroborar con hechos fehacientes esa doctrina; se acerca el momento de sustituir por razones de edad a prelados catalanes y empieza a oírse la vieja cantinela, «Volem bispes catalanes». En cierto modo podría decirse que el eslogan prefiere el localismo a la catolicidad, uno de «los caracteres de la Iglesia verdadera», según se nos enseñó de niños. Nunca cayó Zamora en ese complejo de aldeanismo: aceptó siempre de buen talante obispos llegados de fuera, aunque en la diócesis descollaran sacerdotes merecedores de tan alta distinción. Catalanes eran los obispos zamoranos Font Andreu y Buxarraix y siempre contaron con el devoto respeto y general aprecio de los zamoranos.

En evidente contraste con la Conferencia Episcopal, no ha reaccionado la Tarraconense: ni el cardenal-arzobispo Lluis Sistach ni los obispos han comentado, aprobado o rechazado la manifestación, esencialmente política de parte -que no todo- del clero ciertamente dividido por la arriscada cuestión independentista. Históricamente, la política ha sido causa de enfrentamiento entre jerarcas católicos politizados por gusto o a causa de imperantes circunstancias: hay un arzobispo Carrillo y un cardenal Mendoza, un cardenal Marcelo González y un cardenal Tarancón, Rouco Varela y Sistach... ; el tiempo puso a cada cual en el lugar merecido.

La Conferencia Episcopal Tarraconense ha creído oportuno implicarse en la investigación de la «historia verdadera» de la República y la Guerra Civil; en tarea parecida se embarcó hace algunos años la CEE, que no descubrió nada importante que no se supiera. Es seguro que los nuevos investigadores no encontrarán verdades más acreditadas que las contenidas en las actas martiriales. En cualquier caso habrá que seguir con curiosidad los trabajos para conocer su verdadera intención.