Paseaba por las calles del casco antiguo de Zamora un domingo por la mañana y al pasar por la mítica librería Semuret me detuve frente a su escaparate para ver las novedades que exhibía. Semuret resulta una parada obligatoria para cualquier amante de los libros. Y también para cualquier amante de las librerías. Como se puede leer en su página web, «comenzó su andadura allá por el año 1900 de la mano de su fundador Jacinto González Justel en lo que entonces era la Librería Religiosa cuidando a una clientela que se ha ido perpetuando de padres a hijos a lo largo de más de cien años». Semuret es por lo tanto una de las librerías más antiguas de Castilla y León. Aquella mañana en la que me paré frente a su escaparate había estado leyendo, antes de salir de casa, el ensayo «Librerías», de Jorge Carrión (finalista del Premio Anagrama de Ensayo); un interesantísimo recorrido por la historia del comercio de libros desde la antigüedad hasta hoy a través del cual el autor catalán disecciona infinidad de librerías, tanto nacionales como extranjeras, que ha visitado a lo largo de su vida. Pues bien, mientras contemplaba el escaparate de Semuret recordé un pasaje en el cual el autor afirma que «Una librería no solo tiene que ser antigua, también debe parecerlo», y me dio por pensar que, en una guía tan completa como la elaborada por Carrión, se echaba de menos la mención de Semuret. Aunque, por supuesto, enseguida fui consciente de que el autor no puede conocer todas y cada una de las librerías con solera existentes en las capitales de provincia. Por otro lado, y siguiendo el criterio del ensayo, el hecho de haber cambiado de nombre varias veces abocaba a Semuret a perder su antigüedad: «Por eso, el Récord Guinness de la Librería más Antigua del Mundo lo ostenta la Livraria Bertrand, porque es la única que puede demostrar su longeva continuidad desde la fecha de su fundación. Lo habitual es que, como mínimo, cambie de nombre cada vez que lo hace de manos». Este es el caso de Semuret, que ha sido Librería Jacinto González, Librería Religiosa y Librería Semuret. Sin embargo, y quizá a diferencia de otras, Semuret no ha perdido algo a lo que también se refiere Carrión en «Librerías»: el aura. El aura es de hecho su esencia; la naturaleza de una tienda que yo visitaba de niño en busca de libros de la colección Barco de Vapor y que me recordaba al negocio que el señor Karl Konrad Koreander regentaba en la película «La historia interminable»; el lugar donde el protagonista, Bastian, se refugiaba cuando le perseguían los matones de su clase y de donde robaba el libro cuya lectura cambiaría su vida. En el ensayo de Carrión también se habla de las librerías en el ámbito de la ficción. Y no es cuestión baladí la relación entre lo real y lo ficticio a través de las tiendas de libros; las librerías como nigromantes, como generadoras de hechizos. De hecho, me parece uno de los pocos argumentos que le queda a la librería tradicional ante la mutación que está sufriendo la industria del libro con la llegada del libro digital y la conversión de algunos espacios libreros en librería-cafetería, librería-restaurante, librería-supermercado o librería-salón de actos, pues para muchos la librería sigue siendo un espacio mágico que sirve de puerta de entrada al mundo de la ficción. En este sentido, cabe destacar que durante mi infancia tendía a pensar que Luis González, el mítico librero de Semuret, era en realidad el señor Koreander, ya que, además de regentar librerías similares, con aura, entre ellos se operaba un sorprendente parecido físico que convertía a Luis en un personaje novelesco y a Koreander en un hombre de carne y hueso.