Agustín García Calvo tiene un libro, magnífico, para quienes quieran ser «ateos como Dios manda». Se titula «De Dios».

Lo traigo a colación porque tenía ganas de contarles algo del mismo y los últimos homenajes a la memoria de su obra, soberbios, me han precipitado la idea.

En ese libro el pensador zamorano desvela por qué, siendo todo lo de la religión mentira, en el caso de la verdadera, la nuestra, se inventan una mentira tan misteriosa como la del misterio de la Santísima Trinidad.

Recordemos para refrescar la memoria que el Misterio de la Santísima Trinidad no era otro que el caso de tres personas distintas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que a la vez solo eran un Dios verdadero.

Cuenta Agustín que Dios, como un actor que cambia su aspecto con tres máscaras, usa la máscara de la persona Padre (lo anterior al lenguaje, la Naturaleza), y la máscara de persona Hijo (el verbo, el lenguaje), y la de la persona Espíritu Santo (aliento de verdad). Es decir el actor (dios) es uno (él), y tres personas distintas a la vez (los 3 personajes representados con las 3 máscaras).

¿Y por qué 3 personajes, y no más? La razón es esta: Dios Padre no puede serlo sin Hijo, lo mismo que el Hijo no puede serlo sin Padre. Y recuérdese que Dios (antes de ser Padre) se hizo carne y habitó entre nosotros (cuando se hizo Hijo). Pero claro, ¿cuándo decide Dios -que no tenía reloj porque vivía en la Eternidad- hacerse carne?

Surge ahí una difícil explicación, una contradicción que solo se puede resolver, en versión de García Calvo, con el célebre «No hay 2 sin 3». Y aparece en el invento el Espíritu Santo, el tercer personaje, para contar y ratificar quiénes son los otros dos, el Padre y el Hijo. De hecho el Espíritu Santo es el que ratifica que «el que antes era solo Dios quedó hecho hombre». Parece un juego de palabras pero ahora lo van a entender y disfrutar mejor, con la transubstanciación que se ha producido del invento, contada por Agustín.

Sostiene el autor que actualmente no hay otra religión que la economía y que el dinero es Dios. Lo cual ratificó con un ejemplo vivido en vivo. Hasta los más creyentes y practicantes católicos ven la célebre Semana Santa zamorana como un negocio en estado puro, y así las instituciones la subvencionan para que sea más bonita cada año, y vengan más turistas y dejen más dinero cada año. Y no hay otro móvil. Historia que se repite con el Toro Enmaromado y todo lo que se ponga por delante.

Pero ¿para qué perder el tiempo demostrando lo evidente, que el dinero es Dios y Dios el dinero?

Pues fíjense en el genial descubrimiento de Agustín García Calvo. Siendo ahora y ya, Dios el dinero, resulta que también existe, y se ve en el dinero mismo, la Santísima Trinidad, tan necesaria para que el invento de la fe cuele.

Coja usted, si la crisis se lo permite aún, un billete. Usted lo está tocando, porque es el Hijo que se ha hecho carne, palpable. Y ¿Quién es el Padre? El Padre es la riqueza que dice valer ese dinero, que es algo más inmaterial que el sobado billete, algo que usted nunca ve, el oro o la riqueza que dicen que vale, y que aunque nunca la vemos se supone que ahí está.

¿Y en dónde anda metido el Espíritu Santo? Llegados aquí es fácil descubrirlo, recuerde que la Paloma de la Trinidad representa «a quien dice verdad», luego en el Dios-Dinero, el Espíritu Santo no es otro que la firma del Tesorero del Tesoro de turno que certifica que ese billete que usted porta vale lo que vale y no otra cosa; que incluso garantiza que vale, no vaya a ser un billete falso como las religiones mismas.

Hubo guerras de religión y ahora solo de dinero, pero no nos engañemos el dinero es Dios, y a él nos sacrifican según leyes que los sacerdotes de la economía dicen que hay que obedecer. Nada que sea distinto a los sacrificios de vírgenes para que hubiera buenas cosechas en la antigüedad. Nos sacrifican por nuestro bien, aunque no lo entendamos, pecadores como somos. Pecamos de soberbia y quisimos ser, a base de dinero que no teníamos, como Dios, viviendo por encima de nuestras posibilidades. Por eso este infierno y castigo, expulsados del paraíso y de nuestras casas por el bien de la religión-economía y del Dios-Dinero según leyes dictadas por los sacerdotes de turno, que ellos sí saben.

Dios nos coja confesados.