El urbanismo y con él la evolución de la estampa de Zamora es uno de los escasos campos capaces de generar auténtico debate ciudadano, sobre todo cuando las actuaciones se centran en zonas de interés histórico o se tocan elementos del pasado más o menos reciente de la capital. El asfaltado de las Tres Cruces y zonas aledañas ha provocado la consabida polémica ya que ello entraña cubrir el pavimento de adoquín existente desde el siglo pasado. Un adoquín con características singulares, a decir de los entendidos, de basalto, una piedra de gran dureza y calidad.

Un suelo que casaba muy bien con la fisonomía de la avenida en la época en que se colocó y que resta como último testigo del desorden urbanístico que acompañó en demasiadas ocasiones a la expansión de la ciudad. Porque la zona de Tres Cruces representa el paradigma de la evolución de Zamora sobre todo en el último tercio del siglo XX. El ensanche de la capital ha combinado grandes aciertos con soluciones más que dudosas a lo largo de los últimos 80 años. Y el mejor ejemplo lo representa la cercana plaza de Alemania, cuyo pavimento de adoquín fue cubierto de asfalto y descubierto de nuevo a principios de la pasada década, con ocasión de su enésima remodelación. El adoquín de la plaza se dejó al descubierto, a tono con el resto de la avenida que enlaza, después de haber realizado obras en las aceras, de forma que el desnivel del bordillo quedó tan desproporcionado como inaccesible para gran parte de la población. Es lo que suele pasar cuando las decisiones urbanísticas corresponden más a impulsos y caprichos concedidos por pasadas abundancias financieras que al sentido común y a un verdadero ordenamiento.

Ahora la cuestión es si se conserva el adoquín o se opta por el asfalto. Los defensores del primero argumentan su enorme durabilidad. Tanta, que en todos estos años no ha habido prácticamente una labor continua de mantenimiento, lo que inevitablemente ha repercutido negativamente en su estado de conservación. Quienes apoyan el asfaltado argumentan lo insoportable el ruido al que se ven sometidos los habitantes de la zona, que es una de las que presenta un tráfico rodado más elevado. De hecho, Tres Cruces y la vecina Pantoja encabezan los lugares con mayor contaminación acústica de la ciudad, según el mapa del ruido presentado por el Ayuntamiento de la capital en el mes de junio.

Los que pretenden mantener el adoquín ponen como ejemplo su conservación en ciudades como Roma, Bolonia y hasta los Campos Elíseos de París que, ciertamente, soportan bastante más tráfico que las Tres Cruces, aunque sus dimensiones sean también lo bastante generosas como para que el golpeteo de los coches no reverbere tanto como lo hace contra las fachadas de los edificios zamoranos. Unos edificios que, estéticamente, ya tampoco tienen nada que ver con aquella Zamora de caminos de basalto.

Tampoco les falta razón a quienes aluden a la falta de estética del asfalto para acontecimientos como la procesión de la madrugada del Viernes Santo o la Feria del Ajo de San Pedro. Pero si se amplía la panorámica, la verdad es que en la estampa actual impactan alturas, fachadas y luminosos tanto o más que el suelo. La descontextualización no sería achacable, por tanto, en exclusiva al pavimento.

En cualquier caso, sí que existen algunos elementos cuyo entorno debiera mantenerse con un pavimento más acorde que el mero embetunado: es el caso de los alrededores de la maltratada Universidad Laboral de Luis Moya o el crucero que remata las Tres Cruces, obra del arquitecto del ensanche por excelencia, Enrique Crespo, que sustituyó en 1944 al deteriorado humilladero cuyo origen se remontaba al siglo XVI. El asfalto, en ambos casos, solo dañaría más el abandono general al que se ven sometidos.

Otro dato a tener en cuenta es el coste: el presupuesto del asfaltado asciende a 350.000 euros, a lo que habría que sumar el mantenimiento posterior de las nuevas vías, aunque desde el Ayuntamiento no se hayan ofrecido datos suficientes como para evaluar cuál de las dos opciones resulta más rentable. En todo caso, existen elementos de peso que invitan a meditar y a acometer la pavimentación como parte esencial del modelo de ciudad que quieren los zamoranos y no como algo accesorio e irrelevante. La reflexión es necesaria para evitar desbarres urbanísticos de los que las Tres Cruces está más que sobrada y para eludir nuevas, molestas y caras remodelaciones en un futuro inmediato.