Nuestra historia parece estar marcada por los vientos que soplan desde Portugal cargados de saudade, de nostalgia, de una melancolía que lamentablemente se ha convertido en abulia. Los zamoranos solemos ser hombres apegados a nuestra tierra, a nuestra infancia, a nuestros recuerdos, a un pasado que tal vez nunca existió. Y es que Zamora, por desgracia, es tierra de emigrantes y viajeros, de gente obligada a buscar lugares más prósperos. Sin embargo, nosotros mismos también contribuimos, debido a esa abulia a la que aludo, a esa parsimonia con la que contemplamos nuestro devenir, a que la situación no solo no mejore, sino que vaya a peor. Un ejemplo bien claro es el trance por el que está pasando el club más representativo de la ciudad, el Zamora C.F, que vive hoy sus horas más bajas, tan bajas que podrían abocar al club a su desaparición. Por un lado está el aspecto deportivo, con el equipo a punto de jugar una eliminatoria ¿tal vez dos? a vida o muerte para salvar la categoría. Una categoría en la que ha jugado durante los últimos trece años consiguiendo grandes logros como las fases de ascenso a Segunda División o el cruce de octavos de final de la Copa del Rey contra el todopoderoso F.C. Barcelona, un partido que se televisó en directo para varios países. Por otro lado está el aspecto económico, el cual, qué duda cabe, es el verdaderamente importante. Los jugadores, en su mayoría de la provincia, no cobran desde hace meses, el club tiene infinidad de deudas contraídas que nadie sabe cómo pagar y, lo que es peor, negros nubarrones tiñen de gris las escamas de la cúpula catedralicia anunciando una tormenta que podría convertirse en apocalipsis si la situación no sufre un giro radical. Este domingo, el pueblo zamorano tiene ante sí una gran ocasión para apoyar «lo suyo» acudiendo en masa al estadio, y no solo para insuflar ánimo a los jugadores, sino también para inyectar un poco de dinero en las vacías arcas del Ruta de la Plata. Una solución, no obstante, que supondría un parche temporal, ni mucho menos una reparación. En caso de que el Zamora superase las dos eliminatorias y mantuviese la categoría, los problemas no solo no desaparecían, sino que podrían incrementarse, pues el sindicato de jugadores exigiría al club un nuevo aval de entre ciento veinticinco y doscientos mil euros que garantizase su presencia en la liga de 2ª B la próxima temporada. Esto significa que el Zamora C.F., ese club que nos representa en los campos de España, tiene los días contados. Pues bien, desde mi humilde punto de vista, y aunque pudiera parecer lo contrario, estamos ante una oportunidad única de revertir la situación y darle un golpe a la historia. Como ha sucedido en otras ciudades de España cuyos clubes han pasado por tesituras similares o incluso más críticas, es hora de que nosotros, los ciudadanos de a pie, los paseantes de Santa Clara, los semanasanteros, los madridistas, los culés, los que juegan la partida en los bares, los funcionarios, los pequeños y medianos empresarios que, por cierto, cada vez son menos, tomemos el control de «lo nuestro», demos un paso adelante, saquemos pecho y no permitamos que uno de los símbolos de la ciudad desaparezca del mismo modo que desaparecen las oportunidades laborales de los jóvenes, las tiendas de siempre y la ilusión de mantener nuestra identidad. No soy empresario, no tengo nociones de contabilidad y ni siquiera ¿circunstancias de la vida? estoy empadronado en Zamora, de donde emigré hace ya unos años, pero tengo bien claro que si cada uno de nosotros aporta un euro, un simple euro, menos de lo que cuesta una copa de vino de Toro o una caña o un pincho moruno, conseguiríamos algo importante: sesenta y siete mil euros, la mitad del aval necesario. Es posible que esta acción solidaria no sirva absolutamente para nada y el club termine muriendo lentamente, tan despacio como suceden las cosas en la capital del Duero, pero al menos nos permitiría afrontar el futuro sin el remordimiento de conciencia y la frustración que produce ver morir a un ser querido sin hacer nada por evitarlo. Soy consciente de que la situación económica no es buena, ni la mía, ni la de los jugadores, ni la de casi nadie en este país, pero ese euro por persona, ese gesto, ese bofetón al destino, provocaría que los zamoranos cambiásemos el significado de aquellos versos que escribió el gran poeta Claudio Rodríguez; en otras palabras: provocaría que Zamora nos alentase sin acusarnos.