Es bien cierto, como en algún momento interpretó el político valenciano José Miguel Ortí Bordás, en un coloquio en Barcelona allá por 1970 o alrededores, que en España todo ha sido «clase media» desde Miguel de Cervantes hasta Miguel de Unamuno y desde Calderón y Lope de Vega hasta Galdós y Pérez de Ayala, sin dejar de lado a Balmes, Menéndez Pelayo, Larra, Espronceda, Bretón de los Herreros, Echegaray, Benavente, los Quintero, Leopoldo Alas y cuantos han logrado un puesto destacado en las artes y en las letras. Sin una clase media asentada, desde 1800 no hubiera habido escritores ni militares ni científicos ni políticos. España ha sido en general un país de clases medias con asombrosa vitalidad creadora, pero escasas en número. Por no haber tenido España bastante clase media pasó como una ensoñación la situación liberal de 1820 y fracasó la República de 1872 y tuvo que morir la Segunda República ahogada o asfixiada por las masas enardecidas por los desaprensivos de siempre. Sin embargo, por haber logrado un apoyo mayoritario de sus clases medias España cuenta desde hace mucho tiempo, al menos desde 1940, con un reposado vivir y con vaivenes más o menos dominados por la sensatez y el sentido común solidario de los ciudadanos.

En este sentido, podemos considerar un fenómeno arquetípico de las clases medias españolas el que haya ausencia, o casi, de una aristocracia política que habrá llevado lógicamente, por autoselección, a la existencia de gobiernos con funcionarios administrativos y sobre todo, a partir de los años sesenta, en nuestro tiempo, abogados del Estado, catedráticos de Universidad, letrados del Consejo de Estado, jurídicos militares, ingenieros de la Administración, bancarios de alto copete y diplomáticos, entre otros, han venido a formar las tres cuartas partes de nuestra «clase política» con la misma naturalidad con que en Francia dominaron los intelectuales, en Gran Bretaña los aristócratas o en EE UU los ricachones capitalistas o plutócratas. Puede decirse que en el presente siglo el dominio de las clases medias es abrumador tanto en las letras y las artes como en diplomacia y en política. Y ese parece ser el camino emprendido.

A lo mejor habría que deducir que, a través del notorio predominio de las clases medias, se ha mantenido la inclinación democrática de nuestro pueblo y nuestra sociedad, nada supersticiosa en cuanto a ínfulas aristocráticas o títulos, al menos en lo que se ha vivido hasta ahora. Como seguía apuntando Ortí Bordás en aquellos momentos, hay que reconocer que la fuerza del nivel cultural ha sido y es entre nosotros muy superior al nivel de la vanidad y del dinero. O al menos lo era hasta hace muy poco.

Las clases medias en España siempre han sabido estar al servicio del orden de la Ley y del régimen constituidos democráticamente para explicar sociológicamente nuestra convivencia. Si se resquebrajara esa convivencia por motivos distintos, resultaría imposible mantener el dominio de las clases medias que deberían ceder su prestigio y fuerza a otras modalidades y con ello su potencia social y su vocación de poder. Poco más puede decirse tan claro?.