El miércoles fue san Isidro Labrador, una festividad que ha pasado sin pena ni gloria en la mayoría de las localidades de Zamora. Una circunstancia que tiene mucho que ver con la pérdida de importancia del sector primario en términos de ocupación y de retroceso demográfico de los pueblos. Y en esta ocasión, además, porque no ha sido necesario acordarse de san Isidro para que llueva, ya que las lluvias se han pegado al terruño y se resisten a dejarnos. Imagino que a muchos zamoranos les dará igual. Al fin y al cabo, si sus habichuelas no proceden del campo, ¿qué más da que llueva o que no llueva y que las bajas temperaturas de estas semanas hayan estropeado muchas cosechas y estén retrasando algunas faenas agrícolas? Quienes puedan pensar de este modo se equivocan, porque el campo es mucho más que un escenario donde algunos obtienen los alimentos básicos que otros saboreamos plácidamente en la mesa de casa.

En mi caso, cuando llega san Isidro Labrador, no puedo por menos que recordar algunos pasajes de mi infancia, cuando en mi pueblo la festividad del patrón del campo se vivía con mucha devoción. Lo que guardo sobre todo en el cajón de mi memoria era la procesión que se hacía por los caminos, los prados, etc., implorando la ayuda del santo con cánticos, oraciones y plegarias para que la cosecha, de la que dependía la supervivencia de la mayoría de las familias, fuera lo más generosa y abundante posible. Unas veces las ilusiones se alcanzaban y en muchas ocasiones la escasez era la nota dominante. Hoy, sin embargo, en una sociedad tecnológicamente muy avanzada, como la nuestra, la fiesta de san Isidro ha perdido el significado religioso, simbólico y la relevancia social de antaño. Es verdad que en algunos pueblos e incluso en algunos barrios de la capital zamorana aún quedan cofradías que organizan procesiones o festejos populares para mantener la tradición. Sin embargo, como en otros asuntos relacionados con el campo, este tipo de actividades son una excepción.

Que los actos ligados con san Isidro Labrador hayan perdido relevancia obedece sobre todo a que los residentes en los pueblos ya no viven únicamente de la agricultura. En muchos casos, las actividades del sector primario aportan menos ingresos a la economía familiar que la construcción, la industria, los servicios o las pensiones. Por tanto, no debe extrañar que los festejos de san Isidro sean un refugio para los ocupados en una rama de actividad que ya no tiene el protagonismo de antaño. Algunos piensan que esta situación es catastrófica para la supervivencia del medio rural; otros, por el contrario, consideran que la pérdida de relevancia económica y social de la agricultura es la consecuencia del desarrollo industrial. Mientras que los primeros miran y añoran el pasado y son pesimistas sobre el porvenir del campo, los segundos consideran que el futuro de los pueblos aún no está agotado y que todavía existen posibilidades para desarrollar un proyecto de vida, emprender nuevos negocios y disfrutar de una calidad de vida que no existe en otras zonas. Son dos visiones antagónicas del mundo rural que explican que, como en años anteriores, san Isidro haya pasado sin pena ni gloria.