Nos pasamos la vida «bailando con lobos». Lobos santos, lobos diablos. Lobos de mala levadura. Como en la película de Kevin Costner. Soñando con lobos. Sobre todo los pastores y ganaderos de Tierra de Campos, los de aquí, los del otro lado de allá y los de la Sierra de la Culebra. «Cientos de ovejas desangradas por los lobos?». Amén. Yo, amén.

-Ay, mis corderas. ¡Qué guapas las traen los pastores! Siempre limpias, bautizadas, esquiladas, marcadas con pez para no perderse entre otras religiones políticas. Siempre con su «be be be», su himno nacional. Mansas, rebaño, dóciles, una tras otras, sin salirse del ladro de los perros; sin rebelarse, sufridas, con el miedo en la planicie de los ojos. Solo por un sorbo de hierba ahumada, de pasto. Ellas lo dan todo: «Una me da leche, otra me da lana y otra mantequilla para toda la semana», que canta el canto.

-¡Que viene el lobo! -gritaba «el pastor mentiroso», que dicen. Que viene el lobo. El lobo vino. Y nadie se lo creyó hasta que? (Yo creo que el pastor no era trapacero. No, no lo era. La bestia estaba allí, disfrazada de oveja lanuda, entre el rebaño, con cara de espabilo e hipocresía. Ya desmelenado, sin rubor ni vergüenza, se lanzaba al cuello de las velludas y?). ¡Atentado contra la humanidad!

Así el lobo, especie protegida, depredador, apacienta con sus colmillos a cientos de corderos y ovejas. Para nada sirve el perro del pastor, el burro en coz, las teleras, rediles y cabañales. Ni la muralla de Ávila.

Y mucho menos la escopeta de los dueños del ovino para ahuyentarlos. Estos canes asilvestrados, que galopan en manadas como ejércitos implacables, desde el jefe supremo al benjamín de la tribu, brincan el vallado con toda impunidad. Con limpio guante. También por el aire rajado y deshilvanado por las ondas de sus aullidos desencajados y ansiosos, ávidos de leche, lana y mantequilla para toda la semana. Mafias ensangrentadas. O por los vacíos de la tierra, horadando el pacífico y bucólico pacer de las lanudas. «Son, los lobos, especies protegidas, amparadas por la Ley. Nuestra reserva natural. Exentos de ser juzgados por estar aforados. Por ser lobos. Muchos lobos.

-¡Lobos aforados! ¡Ay, Dios mío! ¿Qué hacemos con ellos?

Tienen estos danzantes muchos derechos, muchos. Campan por sus fueros. Sangran el cuerpo de las ovejas en el Raso de Villalpando. Y a otros ganados. Vacas y demás. Luego, los buitres carroñeros llegan a engordar su ambiciosa hambruna. Protestan los pastores, los ganaderos. Manifestaciones. Amenazas. Ruina familiar. El campo agoniza con el hombre de aquí. Los lobos?

-¡Ay, los lobos! Y, amén.

No sé qué tendrán las ovejas, qué imán en la sangre. O la sangre misma. ¿Para qué vamos a hablar aquí de «el hombre-lobo»? De la misteriosa y terrorífica criatura de las noches de luna llena? Como siempre. No, de esos no escribimos. Especie rara, líbreme el cielo. Ni mucho menos del poema de Rubén Darío, «Los motivos del lobo». (Aconsejo que se lea). Cito algunos versos de hoja a rama: «¡El lobo de Gubbio, el terrible lobo!/ Rabioso, ha asolado los alrededores;/ cruel, ha deshecho todos los rebaños;/ devoró corderos, devoró pastores,/ y son incontables sus muertos y daños./ ? Francisco salió:/ al lobo buscó/ en su madriguera./ Cerca de la cueva encontró a la fiera enorme,/ que al verle se lanzó feroz contra él./ Francisco, con su dulce voz,/ alzando la mano,/ al lobo furioso dijo:/ «¡Paz, hermano lobo!».

-Yo, amén. ¡Ay, los lobos! Todos unos golfos. Acordaros de aquel del cuento de Caperucita. Solo se atreve con las niñas ingenuas, incautas? Las engaña. Pero huye de los cazadores. ¡Qué valiente! O aquel otro, «El lobo y las siete cabritas», el de los hermanos Grimm. Repasad el relato. Escribe en un párrafo: «Hijas mías -les dijo- me voy al bosque; mucho ojo con el lobo, pues si entra en la casa os devorará a todas sin dejar ni un pelo. El muy bribón suele disfrazarse, pero lo conoceréis enseguida por su bronca voz y sus negras patas». ¡Qué falsos, qué Judas!

Los lobos y los pastores. ¿Qué hacemos con los lobos? Especie protegida. Los pastores zamoranos, como los de otros lugares, tienen miedo a la bestia, a las bestias en manada. Son peligrosas. Ataques y muertes. Horror. Pobreza en casa. Quejas. Manifestaciones inútiles. Están hartos de tener que alimentar a estos depredadores. Animales en peligro de extinción, protegidos por la Ley y por los ecologistas. También por los ecologistas que no son pastores, claro.

Dice el ministro: «En este momento tenemos más de 2.000 lobos en la región de Castilla y León (ha asegurado el ministro español). Las poblaciones de lobo al sur del Duero están catalogadas en el listado de la directiva europea como «especie prioritaria», lo que supone que está considerada especie en peligro cuya conservación supone una especial responsabilidad para la comunidad autónoma. La reclamación de la Junta se refiere a retirar estas poblaciones de esta categoría y catalogarlas como cinegética, categoría que ya ocupa la especie al norte del Duero».

-Ay los lobos, los lobos. España pide a Bruselas que el lobo deje de ser especie protegida. Mejor así. Por lo visto, desde aquellos despachos de Europa administran los comportamientos de estos animales, perdonándoles sus fechorías. ¡Ay, Dios! ¡Ay mi rebaño, mi pueblo, mi rebaño!

Tiene el gran Esopo una fábula titulada «El lobo con piel de oveja». Es muy simpática. Leed lo que dice. «Pensó un día un lobo cambiar su apariencia para así facilitar la obtención de su comida. Se metió entonces en una piel de oveja y se fue a pastar con el rebaño, despistando totalmente al pastor. Al atardecer, para su protección, fue llevado junto con todo el rebaño a un encierro, quedando la puerta asegurada. Pero en la noche, buscando el pastor su provisión de carne para el día siguiente, tomó al lobo creyendo que era un cordero y lo sacrificó al instante. Moraleja: «Según hagamos el engaño, así recibiremos el daño».

Yo concluyo con las palabras de un arzobispo de aquí. Él predicaba que «la marginación (del pueblo-rebaño), la oscuridad ante el futuro (del pueblo-rebaño) y el escándalo de la corrupción (digo de algunos lobos sin distinción universitaria) ponen en peligro la paz social (del pueblo-rebaño tan dócil y sumiso, tan sufrido, tan asustado y tan religioso.) Desde luego, crispan.

Desdichadas corderas. Desdichado rebaño. Un famoso e insigne hombre de la política (al que le habían dedicado una calle por sus proezas e ingenios), prohibió al pastor que pasara con su ganado por allí al considerar que el polvo que levantaban las ovinas le ensuciaban la placa con su abrillantado nombre.

-Yo, amén. ¿Y tú? ¿Amén conmigo?