DEDICATORIA

A los 8 años de Martin Richard que falleció en el atentado de Boston (al niño que le gustaba montar bicicleta y jugar al béisbol; al que le encantaba subirse a los árboles de las casas vecinas, saltar el cerco y jugar con sus amigos, entre muchas otras cosas que tenía para disfrutar la vida); a los 6 años de su hermana Jane, que perdió una pierna; a Denise, la mamá de ambos, que resultó gravemente herida; y a todos los niños y niñas, familias enteras, que son (o han sido) víctimas de los corazones terroristas. Nuestra oración.

Gritan mis lágrimas, lo aseguran mis voces huracanas y las tuyas empinadas, que las bombas tienen corazón. Claro que sí. Corazón oscuro, sembrado de salvajes zarzas. Las bombas tienen el corazón sin alma del terrorista.

-¡Amen de ermita!

Quieren, con un soplo de ira, despótico, irracional, destruir el paraíso de todas las primaveras dibujadas: el amor, la poesía, la luz de los ojos, la sonrisa, la palabra madre convertida en beso de cuna, el niño... Es su deseo, rallar con sus rayos violentos la belleza, la inocencia, la libertad clamorosa de vivir el melodioso gozo de la vida regalada. Así son ellos, los terroristas, el corazón de las bombas. Trancar, nublar, amedrentar son los escorpiones de su metralla, las manos sin amigos de las cerillas que ansían prender fuego a las páginas sagradas del Génesis: la Creación del cielo y de la tierra, del día y de la noche, de los árboles frutales, de las aves y su canto, del mar. «Y vio Dios ser bueno». (La tierra de Jauja, que ya la sabes.) Te animo a leer el Gén. 2, 5-25 aunque no creas en las cigüeñas.

«El Señor creó al hombre y le formó lengua, ojos y oídos y le dio un corazón para pensar».

-Corazón para pensar. ¡Ay mis niños!

El Informe Anual 2013 del Tribunal Internacional sobre la Infancia afectada por la guerra y la pobreza, con motivo del día mundial de la utilización de niños en conflictos armados, entre otras cosas afirma que «entre 8.000 y 10.000 menores mueren o quedan mutilados cada año debido a la explosión de minas terrestres».

-Se calla mi labio. Amén de ermita.

Pero estamos hablando del ataque terrorista en el maratón de Boston, de la sangre que sangra la sangre inocente de la rosa, de las rosas: de Martin Richard, de Jane su hermana, de su mamá Denise, de los paraísos de la vida, de la casa de la vida que todos llevamos cuerpo adentro, pan en las manos, ternura.

-¿Dónde habita el corazón de las bombas?

Ya termino para no cansarte, que largo es este óbito. Una de las bombas del maratón de Boston, corazón espinoso, explosionó en la biblioteca John Fitzgerald Kennedy (murió asesinado el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas). Aseguran las crónicas que «al parecer no hubo heridos en la biblioteca».

-¿No hubo heridos? ¿No son los libros las palabras vivas de tantos hombres de ciencia, poetas, maestros de escuela, dramaturgos, novelistas?? Las bombas hicieron sangrar a las palabras, digo. Tu palabra, la mía. Hay que terminar con la cultura, según ellos. Las bombas, su corazón de cuchillos afilados, no entienden el progreso.

Si tienes un segundo, querido amigo, terminaré este llanto compartido con la oración del terrorista, que también los hay que se arrepienten. Santas hermanas, religiosas de clausura, rezad por ellos.

«Vuelve esta noche, Dios. Te necesito./ Tengo miedo del viento. La nevada/ se acerca hasta mis ojos y estoy solo/ como la gota de agua./ Solo,/ sin mirada/, abrazado a mi lágrima/. Que te dejé, Señor, de madrugada/, porque pensé que estaba amurallada/ la patria de mi voz que tú me diste/. Y tomé la vereda equivocada/, la que lleva los filos de la espada/, la pistola/, el fusil / y el alma triste./ En vez de sembrar panes y jilgueros/ en las noches sin luna, en los senderos/ de los odios de tantos pistoleros/, me dediqué a matar a los gorriones/ que cantaban en nuestros corazones/ y eran,/ Señor Dios/, tus cancioneros/. Estoy solo, Señor, y tú me miras/ desde la cruz desnuda de tu aliento/.Tú me miras sangrando sufrimiento/ y te acobardas, Señor, de mis mentiras./ Hoy te pido perdón, maté a tus niños./ No supe lo que hacía./ Los clavé con mis balas en la fría/ tarde/ de mi noche fría./ Y pido más perdón al Universo/ por dar muerte a los aires de tu verso,/ desde mi paso, ahora, ya converso/ dentro de la pasión del alma mía./ (Lloraban las pistolas, los cuchillos;/ lloraban las granadas y los grillos?/, mientras el corazón se arrepentía/. Y Dios estaba allí, como testigo,/ arrullando a la harina de su trigo:/ a los niños/, su eterna melodía).

-Yo rezo dentro de mis lágrimas, a la sombra de las lágrimas del gorrión herido. Amén. Silencio, silencio, silencio en grito. Paz.