Dicen que en su escritura prima «lo ausente». También que para leerla hay que intentar rodearse de silencio. Leo que «sus obras son ese género tan adecuado para los tiempos veloces que corren, y trata de las fronteras: las que separan la cordura de la locura, la belleza del horror, el cautiverio de la entrega, la crueldad de la rigidez. Esas fronteras, las más difuminadas, las menos ciertas, las de la duda. Una joya».

«Y en el espejo sus ojos cristalinos, impregnados de fe, concisos como un epitafio», una de las citas que encuentro de una escritora a la que aún no he leído, suiza de nacimiento, formada en alemán, que escribe en italiano y de quien algunos dicen que es «el escritor italiano más cruel».

Leo con agrado que sus novelas son eminentemente estáticas. Que en ellas el movimiento es una anécdota. Eso me lleva a pensar si al final el famoso bosón de Higgs, esa partícula primigenia que todo lo explicaría, no es más que una sinapsis, una conexión neuronal, una reacción eléctrica, un agujero negro en lo más recóndito de nuestra esponjosa masa encefálica. Un océano de silencio aislado entre tanto ruido, quieto, parado, con el estatismo puro de un espejo inmóvil y silencioso por mayor movimiento que refleje en su cara vista, por más ruido que circunde la escena.

El lector que avance por esta columna pensará probablemente algo no muy distinto de lo que yo pienso mientras la genero, metabolizo y plasmo con el pulso de mi huella sobre el teclado. Caóticos impulsos, de no serlo sobre el código qwerty que ordena las teclas de mi computadora. Artículo extraño, anómalo tal vez.

Me documentaba en Internet, plasma que todo lo liga, sobre el silencio. Especial cualidad del tiempo y el espacio. Silencio que es para el yoga la lengua del corazón, la lengua del sabio, la paz. Para Carlyle, elemento en el que se forman todas las cosas grandes. Para Jacinto Benavente aquello que más fortifica a las almas, una oración íntima en que ofrecemos a Dios nuestras tristezas. Para Miles Davis, el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos.

Escribir sobre el silencio. A veces uno escribe para otros, otras para uno mismo. Dicen los escritores que en momentos especiales, el éxtasis de la inspiración solo se halla dejándose mecer por la cadencia de la música o en los aromáticos brazos del alcohol. Sin ser escritor, opté por la primera -tampoco parecía momento para un gin-tonic o dedo y medio de escocés- y busqué en mi fonoteca particular «L'Oceano di Silenzio», del siciliano Battiato: «Me sumerjo dentro de un océano de silencio, siempre en calma».

Descubrí que parte de su letra es de la escritora a la que quienes sí la han leído describen como refiero en el primer párrafo, Fleur Jaeggy. Y mi artículo fue otro y el mismo. Suena ahora «I'll remember April» de Ramsey Lewis.

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