España es el mayor productor mundial de indignación, encauzada a través de las plataformas contra las hipotecas salvajes y contra la estafa de las preferentes. Sumido en el error y hurgando su consuelo en la mentira, el Gobierno del PP adivina conexiones filoetarras en estos movimientos que no puede atribuir al PSOE, portaestandarte tradicional de la banca y de don Rodrigo Rato. Ojalá fueran manifestantes antisistema, tan fáciles de descalificar por el bipartidismo renqueante y por su socia, Rosa Díez. La cólera del español sentado se ha adueñado de indignados «prosistema» y por sistema, denominados clases medias antes de ser desahuciados. Aporto las pruebas. Los concejales de Ponteareas abandonan el Ayuntamiento por la ventana y un funcionario policial rueda por los suelos en una protesta por las preferentes -sesenta por ciento de descuento, frente a un diez para los mafiosos de la amnistía fiscal-. Dos gallegas por encima de los 60 reaccionan impasibles ante las cámaras de televisión. La una: «Habrá tropezado, tampoco hay que darle demasiada importancia». La otra: «Todavía pasa muy poco para lo que debería pasar». Me atrevería a jurar que nunca han extraviado su voto más allá del centro-derecha. Cambio de geografía, a una marcha de cincuentones y sesentones con incidentes. Un adulto que es la viva imagen de la sensatez: «No vamos a parar, vamos a la guerra civil». Les acaban de robar, ¿qué esperaban? En la etapa de política experimental en la que nos adentramos y nos amedrentamos, el PP debería agradecer a Ada Colau y demás líderes improvisados que apacigüen los ánimos de sus huestes despojadas. Cuando empecé a trabajar este artículo, anoté que «el Gobierno acabará implorando la llegada de los antisistema, o los fabricará, siguiendo la inveterada tradición de la guerra de Irak». Ya lo ha hecho, ingresando en el martirologio a políticos incumplidores a quienes sus acreedores ciudadanos persiguen hasta el propio domicilio. ¿No es el mismo procedimiento que se sigue con quienes incumplen su hipoteca?