Decía el historiador Eric Hobsbawm en su último libro «Cómo cambiar el mundo» que la crisis económica y política que atravesamos nos obligaba a retornar a los análisis de Karl Marx para encontrar una solución. Y en cierto modo está siendo así: no paran de crecer los libros, artículos de prensa, tertulias de radio y televisión que reflexionan sobre los agentes de la crisis, sobre las políticas que se están adoptando, sobre el tipo de poder -autoritario- que se va imponiendo en nuestras democracias, sobre la exclusión y la integración de los ciudadanos.

Debates que parten de fenómenos que Marx analizó sobre la acumulación del capital, la plusvalía, el valor del trabajo y, tal vez, el más importante, la composición política y social de nuestros estados. Marx imaginó un mundo dividido en función de la propiedad de los medios de producción entre burguesía y proletariado. Los primeros eran los que dirigían la política, la economía y marcaban, carentes de una idea moral, el progreso de las sociedades que desarraigaba a las fuerzas del trabajo, cuya alternativa era organizarse, movilizarse y revertir la situación a través de partidos y organizaciones que posibilitaran acceder al poder político y transformar el capitalismo mediante la nacionalización de todos los medios de producción.

Mucho ha llovido desde que el marxismo formuló la idea de clase social. Gramsci, tal vez el teórico más importante del marxismo, no concedió tanta importancia a la división social del trabajo y habló de una hegemonía o bloque social dominante que era la que controlaba el poder. Solo conquistando la hegemonía ideológica en la sociedad, independientemente de los medios de producción, se podía conquistar y transformar la ciudadela del Estado. Esta teoría convertía a las clases en algo volátil y construido tanto materialmente como, sobre todo, políticamente. Pero, ¿y hoy?, ¿sigue vigente la división en clases sociales?, ¿cuál es el criterio que marca a los integrados de los excluidos?, ¿existe conciencia de clase según la cual la existencia material es la que conforma la pertenencia a la clase? E. P. Thompson, en «La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra», hablaba de la clase como creación histórica, pero también como una formación permanente en función de las culturas y hábitos de los grupos. Y lo argumentó a través de las respuestas conjuntas que se estaban dando en las industrias a domicilio en Inglaterra a principios del siglo XIX. Gran parte de estas respuestas las podemos encontrar en el libro de Stedman Jones sobre los «Lenguajes de clase». Allí el historiador británico llega a un hallazgo sumamente interesante y que hay que tener en cuenta en nuestro tiempo. De este modo, tenemos clase como efecto del discurso teórico sobre las relaciones de distribución o producción (Marx), clase como resumen de un grupo de prácticas culturalmente significativas (Thompson) o clase como especie de autodefinición política o ideológica que comparten un único punto de referencia en una realidad social anterior (este es el enfoque político que aprecia Stedman Jones).

De este modo clase dejaría de ser un concepto marxista estratificado o determinado por una conceptualización material de la existencia para pasar a definir una caracterización política. O más, exactamente, una construcción ideológica mediada por la política. Así, hoy en día, frente a la antigua división que encontramos en Marx entre burguesía y proletariado, la clase estaría situada en torno a aquellos que detectan condiciones políticas, económicas y sociales desfavorables y articulan una respuesta, pero no como el resultado exacto de la división del trabajo y la posesión o no de los medios de producción. Es decir, la clase está en función de la naturaleza política y no tanto en su fisonomía. Dada la existencia de una base material para el descontento, no es la conciencia o la ideología la que generaba la política, sino la política la que generaba la conciencia.

Clase en la era de internet y de las redes sociales, se acerca más al concepto volátil que Gramsci teorizó para su hegemonía. De este modo, lo que debemos hacer es estudiar la producción del interés, la identificación, el agravio y la aspiración dentro de los propios lenguajes políticos de la sociedad. Necesitamos delimitar los sucesivos lenguajes del radicalismo, el liberalismo, en relación con los lenguajes políticos con los que entran en conflicto y que pueden conformar movimientos sociales o políticos de respuesta, como el 15-M. Este movimiento reivindica la integración de la sociedad en las instituciones políticas y en el mundo del trabajo. Más que una idea material de clase, la conciencia de clase, es una respuesta ideológica de una situación creada y mediada por la política. De esta forma el binomio que funciona es el de integración-exclusión. La nueva figura serían los desclasados, personas antes integradas en el sistema que han quedado fuera de un mundo manejado de manera opaca por una elite. Solo transformando las condiciones políticas, cambiará la situación de los desfavorecidos.

Sea como sea, el concepto de clase social debe ser reflexionado en nuestro tiempo. ¿Qué elementos determinan hoy la clase?, ¿los elementos materiales, los elementos políticos?, ¿qué agentes movilizan la conciencia de clase?, ¿son estables o volátiles?, ¿qué elementos intervienen para lograr la hegemonía de un bloque o clase social?, ¿cómo definimos nominalmente a las clases? No son preguntas que carezcan de interés. Muy al contrario, pensar sobre estas viejas categorías marxistas supone hoy tratar de encontrar una salida a la crisis y remover la situación desfavorable en la que viven millones de personas en España y en otros países.