España tiene un gran tesoro con la calidad y gran audiencia de sus teleseries que se exportan a medio mundo y que, sin embargo, corren un grave riesgo: el de ser desbancadas por la política. Historias de intriga, corrupción, deslealtades, silencios que disparan la tensión, espías, romances y desavenencias matrimoniales llenan las noticias de cada día componiendo un culebrón apasionante que ya está en las pantallas. De momento de los informativos.

Cada partido se especializa en un género. El PP prefiere últimamente el policiaco. Protagonista principal un truhan, que va para delincuente por sentencia judicial, llamado Bárcenas que se enriquece y defrauda en conexión con actividades de financiación ilegal y contactos con una mafia recaudadora dirigida por un tal Correa, o Gürtel en alemán, que tiene cara de actor malo en «thrillers». Y una panoplia de actores secundarios que resultan mediocres hasta para cobrar en sobres. Hay materia incluso para varias versiones de cada historia. Si se rodara de nuevo en España la película americana «Un caradura con suerte», cabría hacerlo con un estilo mas cercano a Corleone, por las compañías mafiosas de Bárcenas, o con otro de más «glamour» con Iñaki Urdangarín, como protagonista bobón, que no Borbón. Un tipo que de pronto se encuentra alto, guapo y bien casado y se dedica a vivir del cuento, dirigido en sus pillerías por un socio listo y liante, profesor de escuela de negocios de élite. Muy fuerte.

Hasta el mismísimo rey aparece en el culebrón casi a diario, pero el monarca no está para series policiacas, que ya actuó en el 23F con gran éxito, y las prefiere últimamente de médicos, en una especie de Hospital Central, acaso porque somatiza sus problemas. Quien sabe si la última hernia se le produjo esta semana al ver la portada del «Hola» con la foto a toda plana de su amiga, la princesa consorte Corinna. Luz verde para que los programas televisivos de despelleje se lanzaran a dar detalles de la vida cerca, cercanísima, de palacio de la distinguida dama. Solo faltaron los aplausos atronadores, acaso solidarios, que recibió la reina el viernes al acudir en Madrid a venerar al Cristo de Medinaceli. Una escena demoledora, ideal para aquel viejo programa de TVE «Opinión Pública».

Entretanto, en Cataluña las prefieren de espías y también románticas. Ven aparecer un político en un restaurante y, sin preguntar, ya le ponen en la mesa pan con tomate y micrófono, gentileza de la casa. Y luego esa historia de desamor de Cataluña con España con guion dramatizado de Artur Mas apoyado por redactores de la familia Pujol que tiene aportaciones varias: el patriarca-fundador de la saga, el político heredero que terminará en los juzgados y el hijo mayor con amante acusadora de supuesta evasión de capitales. Insuperable. Comprendan que los redactores de las telecomedias estén tan preocupados por su futuro.

Y esas desavenencias conyugales entre PSC y PSOE que pueden acabar en divorcio porque ya son muchos años de infidelidades y amagos de ruptura de un matrimonio de conveniencia en la Transición. Carmen Chacón quiere poner paz y llevarse bien con las dos partes, pero le han dicho que vaya eligiendo. Menos devaneos.

Como ven la política surte a la industria audiovisual de guiones mas imaginativos que la ficción misma. Si en Colombia arrasó la serie «El imperio del mal», sobre la vida de Pablo Escobar, aquí bastaría con llevar a la pantalla las noticias del día para lograr un gran producto, de exportación fácil, además, porque aparece cada día en los medios de todo el mundo.

En definitiva, que tenemos todos los géneros menos uno: el drama. El drama queda reservado para la economía.