Hay tres personajes constantes en los cuentos, si bien es muy raro que se den los tres juntos en un mismo cuento; pero sí los encontramos en varios cuentos reunidos. Esos tres personajes son: el rey (soberano), el pordiosero de la esquina y el ladrón, sea este descarado o disimulado.

El pluriempleo, por su parte, es algo que en nuestra España se daba con excesiva frecuencia allá por los años 60 del pasado siglo. Hoy se da bastante menos -por causa de la falta agobiante de empleo- y, tal vez, cayera en la desaparición, si no lo exigieran el coche y la segunda vivienda, casi obligados por nuestro «estado de bienestar». Entonces y ahora el real «pluriempleo» ha consistido en que el «padre de familia» se dedica a un cometido por la larga mañana; otro por la tarde y -aunque en muy raras ocasiones- otro lo hace regresar a casa tan tarde que dio lugar a la definición de aquel niño: «Un padre es el señor que viene por la noche a acostarse con mamá». Naturalmente, esta simultaneidad diaria no se da en el pluriempleo al que me refiero en los casos de políticos; entre otras cosas porque nuestros políticos actuales no tienen esa vocación de agotador trabajo diario. Suelen acudir a su trabajo principal en clase preferente -así lo exige la digna condición de su puesto- o en el automóvil de alta gama que su digno sueldo les permite a ellos; o al puesto oficial que ocupan.

Aprovechan unos muy bien el tiempo -eso sí-; por esa razón vemos, con excesiva frecuencia, a algún señor Diputado o un Senador leyendo el periódico; los hay que están dormitando -y el señor Cela (el de aquello de «no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo)» ya falleció hace unos años- en nuestras Cortes o en las Instituciones de Europa Unida (¿?); y también, en aras del progreso que dan las últimas tecnologías de hoy, jugando como niños en su consola particular, esperando a la hora de la votación señalada por el dedo del «coordinador de grupo». Pero, dejando la inmerecida generalidad, volvamos al enunciado de esta colaboración. En un mismo cuento político nos encontramos, refiriéndonos a un político relevante, con un señor que hace muy pocos días consiguió que se votara por mayoría la condición de «soberano» para el estado que quiere implantar en la autonomía que preside.

Por suerte, habrá un largo trecho entre esa sesión victoriosa de su Parlament y la consecución -que dicen legalmente imposible- de su estado soberano. Pero, en su ilusoria mente, podrá verse a sí mismo coronado, en su soñado reino independiente. Ya tenemos, pues, el primer personaje del cuento. Para mantener este pre-reino en las grandezas que se han conseguido, ampliables, por ejemplo, a unas verdaderas embajadas en el Extranjero, se necesita una cantidad considerable de dinero. Y, como el actual «reino de una de las taifas» carece de dinero para tanto dispendio, el «molt honorable president» se ha despojado de su manto de armiño y ha decidido «pedir» al tesoro nacional del Reino de España una cantidad ajustada con las necesidades supuestas. Y aquí tenemos ya el segundo personaje del relato: El señor presidente de la comunidad catalana se ha convertido en el pordiosero del cuento. Finalmente, la cantidad que estima el «president» no solo necesaria, sino exigible por su alta contribución al erario público, es tan elevada que llega a más de nueve mil millones de euros. En pura matemática, si la cantidad total destinada por el Estado Español para las 17 comunidades autónomas es de unos veintitrés mil millones, la cantidad pedida (o exigida) por Cataluña asciende a más del 39,44% del fondo completo. Puesto que la población de España es de más de cuarenta millones de ciudadanos y la de Cataluña será de unos ocho millones (por ejemplo), tenemos que su exigencia pretende apropiarse de lo que corresponde a varias comunidades autónomas; en números contantes, lo que excede del 5'75% del total destinado para las comunidades -eso, contando con la población, que, según algunos, no debe ser el criterio; al menos el único-. No obstante lo dicho, no me atrevo al llamar «ladrón al presidente», porque, aunque sea «apropiación de lo ajeno», parece que los dueños, con la pasividad que rige hoy en la vida nacional, no dicen nada que aluda al «contra la voluntad de su dueño».

Pero, mirado el asunto sin este escrúpulo final, alguien se atrevería a ver aquí los tres personajes en ese pluriempleo sucesivo: soberano, pordiosero y? pretendiente a quedarse con gran parte de lo que pertenece a otros (las restantes comunidades españolas). ¿Es, o no, «completo» el cuento a causa del pluriempleo, aunque no sea simultáneo?