Abre los ojos de luna nueva y vislumbra los de su hermana Ángela, de sol resplandeciente, matizados por las gafas de marisabidilla. Ella aún no lo sabe, pero ha venido al mundo en 2013, un año que pinta mal porque aún, dicen los que creen que saben, no hemos tocado fondo. Pero eso a ella no le preocupa, solo vive para engancharse a lo más blando de Paloma y succionar hasta quedarse dormida. Esteban la mira y se le desprende la sonrisa de la mamola. Son días de visitas, de se-parece-a? «Tiene la cara redondita de su padre»; «mentira, mira, mira, ese rictus, es el de su abuelo».

Paula vive en su mundo, en una Brévola feliz que nunca hará mella en sus recuerdos. Desconoce que su llegada ha sido el mejor regalo de Reyes para sus padres y también para todo el pueblo, para Sanzoles; que ella es sanzolana de pro, aunque sus raíces hayan bebido ambrosía por lo más tierno en las tierras rojas de La Hiniesta.

Sanzoles necesita muchas Paulas para evitar evaporarse por la gatera de la nada. La última estadística ha vuelto a descargar un palo sobre las costillas en carne viva de este pueblo de Tierra del Vino, que ha dejado escapar a otros seis empadronados en 2012, más de un centenar en la última década. Si las Paulas no lo remedian esta localidad (con un censo de 571 habitantes en la actualidad, 1.800 a principios del siglo XX) dejará de existir en poco más de cincuenta años. El mundo rural zamorano necesita rejuvenecerse con miles de Paulas para poder agarrarse a la cornisa del abismo antes de despeñarse y tener alguna posibilidad de sobrevivir. Casi 10.000 zamoranos han dejado de residir en la provincia desde 2002, una tragedia que nos salpica a todos: a los políticos, porque no han sabido cumplir su obligación primera, y a los demás, a los ciudadanos del común, por haber pecado de omisión.

Una comunidad, un colectivo tiene un deber principal: mantenerse, sobrevivir; esa es la deuda que hay que pagar a los antepasados. Si no somos capaces de saldarla, habremos fallado en lo esencial y estaremos condenados al olvido, todo lo contrario de la eternidad.

Paula, la de Paloma y Esteban, tiene, para quedarse en Sanzoles, que ver futuro más allá de la piedra volcánica del Teso la Horca y las nieblas meonas de ahora. Si no, habrá un día que cogerá las maletas y se irá. La culpa, ay, será de todos.