Presidente del Gobierno, o lo que de él vamos conociendo, y líder de la oposición, o lo que de él va quedando, presentaron su balance más pendientes del pasado que del futuro. El uno, un año después sigue descargando sobre la herencia recibida la máxima responsabilidad de nuestra crítica situación. El otro, a esa misma herencia carga la culpa de su estrepitoso fracaso electoral de hace un año.

De Rubalcaba, capital político completamente amortizado, poca importancia tiene ya lo que se diga o lo que él mismo diga. Lo que haga o diga Rajoy la tiene toda por tratarse del presidente del Gobierno al que le quedan otros tres años para enderezar el rumbo de España, reformarla en lo superficial y en lo estructural y sacarnos de la crisis o para abocarnos a muchos años de penuria.

El problema con Rajoy es de interpretación. Nada siempre entre su galleguismo exacerbado que obliga a interpretar entre líneas lo que dice? o lo que no dice, y su profesión de fe permanente de la inevitabilidad de las cosas, filosofía consistente en quedarse lo más quieto posible (o aparentarlo, al menos) mientras las cosas «van por el camino que tienen que ir». Tanto que todavía no se ha conocido al exégeta capaz de extraer de sus intervenciones públicas la hoja de ruta de por dónde va a ir su acción de gobierno y eso que él mismo se definió en cierta ocasión como muy previsible.

No pudiendo adivinar, nos conformaremos con valorar su primer ejercicio. Ahí, se ampara en que ha hecho lo único que se podía hacer, lo cual pudiendo ser cierto en una parte, pues la situación de partida era de absoluto desastre, con la economía desbocada cayendo por el precipicio, no deja de ser un argumento exculpatorio tramposo. Porque si eso fuera así, lo mismo daría que nos gobernara el PP, el PSOE, Mario Monti o Sara Montiel.

No, Rajoy, aunque sometido a muchas limitaciones internas y externas, ha hecho la política que ha querido hacer. Por ejemplo, optando por una brutal subida de impuestos en lugar de por un mayor ajuste del gasto público. Por la asfixia al estilo socialdemócrata (lo mismo que hace el socialista Hollande en Francia) a las clases medias y a la economía productiva, en vez de la reducción de la administración y el sector público. Como lo ha hecho en materia de terrorismo, permitiendo la salida de asesinos etarras a la calle bajo el engaño de las «razones humanitarias».

Eso por lo que al debe se refiere. En su haber, el haber dotado al menos de una línea coherente la acción del gobierno en materia económica y el intento de control del déficit y de la disciplina presupuestaria en todas las administraciones. O mantener la cabeza fría frente a la provocación independentista, aunque lo difícil está por llegar. Un balance mucho mejor que el de Zapatero, pero hace falta más. Mucho más.

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