La hipocresía es un plato que se sirve frío y es fácil de combinar. Ponga usted un pobre a su mesa, adórnele con un plato de sopa, hágale una foto, métala en la cartera y exhíbala ante sus amigos. Se convertirá, en el acto, en un político decente, un cura honesto o una asociación ejemplar. A mí, ese plato, me da asco.

Y más asco que algunos adornen esas mesas con suculenta merluza, marisco y cava. Vamos, lo que el pobre come a diario. A lo mejor es para enseñarle lo bien que se vive de rico. O lo generoso que es uno cuando tira con pólvora ajena.

De eso veo mucho estos días de pandereta. Pero no se engañe el menesteroso. No es que le quieran. Muchas de esas cenas se hacen para la imagen. Y luce más como atrezzo una merluza que un pollo. Se hacen a beneficio de inventario, están presididas por el ánimo de lucro. Lucro político, lucro social, económico. Lucro, lucro, lucro? De otra forma no se comprende por qué, cuando se realiza uno de estos siniestros ágapes, hay que darle publicidad a bombo y platillo.

Es obsceno señalar en los papeles a los que cenan de la caridad. Siendo obligación de la prensa, que ha de informar de cuanto acontece en nuestra sociedad, es innecesario en quien lo organiza. La buena limosna es la que se realiza con la mano derecha sin que lo sepa la izquierda. Ya lo dijo Mateo en la Biblia, capítulo 6, versículo 3. La caridad que se realiza exponiendo a los que sufren, es una mierda.

He visto algún año a algún sacerdote zamorano sentar a su mesa a personas desfavorecidas. Y lo han hecho en el más absoluto de los respetos. En silencio. Añadiendo a la cena de Navidad un poco de dignidad.

Alguien, en Sanabria, el día de Nochebuena, organizó un acto con personas que sufren. No se enteró ni Dios. Bueno, Dios sí, y yo, que tengo el privilegio de poder entrar sin llamar en casi todas las cocinas sanabresas. Me hubiera encantado poner aquí, con letras de oro, el nombre del matrimonio que hizo tan bella acción, pero no me hubiera dejado entrar jamás en sus potes.

A eso, al que da preservando el anonimato, llamo yo hacer algo por el prójimo. Lo otro no pasa de ser uno más de los actos propagandísticos de esta sociedad que todo lo tiene que hacer con tambores y fanfarrias.

Hace poco, viendo una foto de una de esas cenas, se me encogía el corazón. Algunos abuelos esperaban la sopa con la mano extendida, para que alguien inmortalizara sus ojos tristes. Esos hombres eran la dignidad arrastrada por intereses bastardos.

Hacer una cena solidaria que se anuncia, es sobreexponer a los más débiles. Es redimir nuestros pecados trasladándoles a ellos nuestra penitencia. Es convertir su sufrimiento en estigma. Es indigno airear el sufrimiento como si fuera bandera de solidaridad.

Si no respetamos el anonimato de los que queremos ayudar, estamos haciendo un acto inicuo. Póngase en su sitio. Imagine que mañana también forma parte de la legión de personas que sufren los rigores del egoísmo y la explotación, ¿le gustaría que le sacaran ante un plato de sopa con trampa?

No. Claro que no. Quizás quienes lo hacen no son conscientes de ello. Quizás estoy equivocado. Pero estoy seguro de que, si algún día alguien tiene que sentarme a su mesa de caridad, no me gustará que con la sopa venga un fotógrafo como si fuera un tropezón de bacalao. Porque entonces mi imagen de desahuciado será una utilización y pagará con creces mi sopa. Y entonces ya no será gratis. Tendrá un altísimo precio.

Lo que le digo no es nuevo ni original. Ya lo dijo Mateo en 6, 2: «por eso, cuando des limosna, no toques trompetas delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres? que tu limosna sea en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará». Amén Jesús.

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