Antaño, el 28 de diciembre, el día de los Inocentes, era o al menos lo era para los niños de entonces, como un puente festivo, como un nuevo peldaño de diversión en la escalada gozosa de las Navidades hasta los Reyes, con vacaciones disfrutadas a tope. No es que fueran tiempos muy propicios, pues la crisis de ahora no es nada comparada con aquella España de la posguerra, en los años cincuenta, pero la ilusión y las ganas de pasarlo bien, de divertirse, primaban sobre otras consideraciones.

Luego, estaba el ambiente, que aunque resultase en muchos casos pobre y triste, aparecía apegado a las tradiciones, especialmente a las católicas. Así, los periódicos, que eran prácticamente los únicos medios de comunicación de la época, pues las emisoras de radio no podían transmitir otra información de ningún género, salvo la proporcionada en conexión con Radio Nacional, mantenían como una costumbre inalterable en esa fecha la inocentada: una falsa noticia, preferentemente gráfica, de presumible impacto entre los lectores, la mayoría de los cuales esperaba la broma casi con expectación cada año en esa fecha. Se rivalizaba en los diarios por la mejor inocentada y en torno a la misma giraban posteriormente una serie de anécdotas, algunas famosas que aún perviven en el recuerdo. Mientras, la gente menuda solía dedicarse ese día a pegar monigotes de papel en la espalda de niños y mayores. Se pasaba bien.

Pero es una tradición que se ha ido perdiendo en las últimas décadas, aunque por supuesto que existen todavía periódicos que cultivan la broma tradicional, queriendo alejar a su público de tanta seriedad y de tantas malas noticias. Cada vez menos, desde luego. Aún recuerdo al fotógrafo Jesús de la Calle llenando la mesa de mi despacho, el día antes, con fotos amañadas que había preparado cuidadosamente para la ocasión, ya fuese el derrumbe de la cúpula de la Catedral de Zamora, o un puente hundido. Algunas resultaron muy celebradas y comentadas. Poco a poco, el signo de los tiempos fue cambiando, lo que no es mejor ni peor sino todo lo contrario, y el 28 de diciembre ya no es lo que era. Los niños pasan las vacaciones pegados a los videojuegos y los medios, con la crisis, ya tienen bastante.

Lo que no faltan son los inocentes. Se diría, incluso, que hay más que nunca. Pero ahora los que hacen las inocentadas no son los niños, ni los periódicos, sino los políticos. Este año que acaba, por ejemplo, hemos vivido una inocentada constante, casi metidos en una burbuja de inocentadas. Dijo Rajoy que iba a solucionar el paro y hay más parados que nunca; dijo que no subiría los impuestos y los ha subido más que nunca; dijo que nunca tocaría las pensiones y ha quedado a los pensionistas sin revalorización de sus percepciones, mientras los precios siguen al alza. Y la inocentada más sonada: quitar la paga de Navidad a todos los empleados públicos. Aparte de otras que afectan a sectores tan básicos como la sanidad, la educación y la justicia.

Así que como para bromas está la gente. Aunque puede que eso, precisamente, un poco de humor como válvula de escape, es lo que se necesite.