El ecosistema de la Raya se está convirtiendo en una selva que a corto, medio y largo plazo puede tener graves repercusiones para las personas, la fauna, la flora y los pueblos a causa de catástrofes naturales o siniestros provocados por negligencia o malicia humana. Es lo que hay y mirar para otro lado lo único que puede hacer es agravar la situación para cuando la desgracia llegue.

Los pueblos alistanos, tabareses, albarinos, carballeses, sayagueses y sanabreses, cuentan con una fisonomía muy particular de cascos urbanos donde se entremezclan casas, y pajares, muchos en ruina total, prados y cortinas. Antaño ello era una bendición de la naturaleza que facilitada a las familias tener a la puerta de casa desde hierba, «herraña» y nabizas para el ganado hasta uvas, patatas y pimientos para las personas. El verdor del centeno y las flores hacían rebosar de belleza cada pueblo cuando allí había gente que labraba la tierra. Los tiempos han cambiado. Hoy hay pueblos donde solo quedan dos agricultores y ganaderos en activo y 16.000 fincas de 400 dueños diferentes, la mayoría abandonadas de la mano de Dios. El abandono de la actividad agroganadera ha traído consigo que el entorno urbano y también el campestre se hayan convertido en selvas de robles, zarzas, fresnos y espinos, dinamita pura, a la espera de la chispa que encienda la desgracia. Las paredes de piedra y grandes fincones ha doblado la rodilla ocupando caminos y veredas. El día en que el fuego entre en un pueblo apagarlo puede ser materia imposible pues a muchas fincas no se puede acceder. Ayuntamientos y vecinos están obligados a velar por la seguridad ciudadana y eso solo se podrá conseguir mediante la limpieza de los cascos urbanos y su entorno. Alternativas hay muchas. Soluciones a la debacle, cuando haya que buscarlas sobre las cenizas: ninguna.