El precio de los cereales ha subido, porcentualmente, en los últimos cinco años -el lustro de la crisis- más que el oro. Un kilo de trigo se paga ahora a 25 céntimos de euro y la cebada a 24. A pesar del -espectacular- incremento, dicen los cerealistas que las explotaciones no son rentables, que únicamente amortizan, a un precio ridículo, el trabajo. Solo las ayudas PAC mantienen en pie las haciendas de los agricultores (en Zamora casi la mitad de la renta agraria llega vía subvenciones).

Argumentan los cerealistas -y tienen razón- que las cotizaciones del trigo, la cebada, la avena, el maíz, la alfalfa..., no han tocado techo, que todavía tienen mucho recorrido. Y recuerdan cuando hace décadas un kilo de trigo equivalía a uno de pan, y cuando, en aquella sociedad de trueque, los agricultores daban a los panaderos la misma cantidad de grano que recibían después en miga. Yo, que tengo menos años que decepciones, conocí esa equivalencia, que tenía su termómetro en la tarja, un listón de madera con cuatro caras donde, mediante muescas, se llevaba la cuenta de panes y tortas entregados hasta completar la maquila.

La subida de los precios de los cereales ha sacado a la luz la debilidad de un sector que sigue en manos de la especulación y de los tratantes, aunque estos vistan ahora traje, cobren de multinacionales y se muevan en despachos enmoquetados con ordenadores. Si existiese mecanismo regulador, más allá del interés de las grandes cadenas comerciales y empresas multinacionales que siempre arriman el ascua a su sardina, al incremento de la cotización del grano hubiera seguido el aumento de los productos ganaderos, principalmente la leche y la carne; pero no ha sido así y lo que está ocurriendo es que la deriva alcista de una pata está hundiendo en el barro a la otra. El subsector pecuario, que tiene que hacer frente a una brutal carestía de los piensos compuestos y de la energía, está al borde del precipicio, si no está ya en caída libre hacia la nada.

Los tiempos de crisis están abriendo los ojos a mucha gente y están limpiando de lastre la realidad, porque lo que importa es lo que tiene geografía y se toca. No nos dejemos enmarañar y engañar como siempre; luchemos para impedir que, desde fuera, alguien manipule el sector con intenciones torticeras y especulativas. Agricultores y ganaderos tienen que ir en el mismo carro y con bueyes que tiren en la misma dirección. Sucumbir a los cantos de sirena es pan para hoy y hambre para mañana. Y la excusa de los consumidores, ya está rancia.