El fin del mundo ya está aquí. Otra vez. En cuanto me enteré de que venía, me fui al bar de Julio y le vendí toda la lotería de Navidad. Él cree que todavía nos queda mucho en este valle de lágrimas, y por eso compra. Yo creo a los mayas, y por eso vendo. Y si aciertan los míos, el fin es el 21 y el sorteo el 22. Ya me dirás tú para qué quiero los décimos. Ni limpiarme podré con ellos.

También le he pedido a la familia que ni un gramo de polvorones de la Estepeña para Nochebuena. Ni espumoso de Toro. Ni langostinos que en la caja son de Sanlúcar y por dentro de plexiglás. Sería un gasto inútil. Prefiero gastármelo todo antes de ese día. Desde luego, como el 21 no llegue el final, me corto las venas. Qué pinto en este mundo sin la ilusión de mirar la lista de la lotería?

De cualquier manera, párate a ver. Yo, con esto de las profecías de los mayas, ando con la mosca detrás de la oreja. Antes que ellos vinieron otros acojonando, y luego todo se quedó en nada. La última vez que vino el fin del mundo, fue de la mano de un tal Carlos Jesús. Era de los planetas Ganímedes y Raticulín. Cuando le entrevistaban, le cambiaba la voz para convertirse en Micael. Aquel profeta, de melena sucia y ojos verdes, dijo que vendrían trece millones de naves para llevarnos. Y que en las naves buenas montarían a los que les hubiera nacido una cruz plateada en la frente.

Las últimas horas de mi vida me las pasé mirándome al espejo, pero a mí no me salía nada. Y sentí miedo. Iría a la nave de los sin cruz que, por deducción, eran los malos. Y en mi caso, Carlos Jesús estaba en lo cierto.

Comencé a mosquearme cuando eché mano de las matemáticas. Lo que aquel iluminado decía, no podía ser verdad. De dónde iban a sacar los extraterrestres acomodadores para separar a los de la cruz y a los sin cruz. Porque si no calculo mal, ya somos más de seis mil millones de humanos. Y para cargar a seis mil millones harían falta seis millones de extraterrestres acomodando gente. O más.

Y lo de las naves, qué. Vaya mierda motores tendrían, que cada una sola cargaba quinientos tíos. Menos que un Boeing. Aquello no podía ser. Al final se demostró que el hombre no era más que un pirao que nos engañó a toda la humanidad. Lo de los mayas es más serio. De hecho, la quinta parte de los americanos les creen y viajan cargados de víveres y mantas a santuarios para salvarse. Ya veremos cómo se libran de esta con una manta y una lata sardinas.

Aquí ni dios se mueve. Los pobres estamos resignados a irnos al otro barrio sin oponer resistencia. A veces incluso lo estamos deseando. Aunque solo sea para librarnos de los impuestos del ayuntamiento y la hipoteca.

Yo, por si las moscas, el 20 me reuniré con la familia y cogeré una buena juma vino. No quiero morir consciente de que esto se acabó. Y si los acomodadores tienen que meterme en la nave en camilla, allá ellos.

De cualquier forma, la Agencia especial americana, ha venido a poner los puntos sobre las íes. Dice que lo de los mayas es un error de interpretación, que el apocalipsis va para largo. No hay asteroides ni cometas que tengan trayectorias apuntando a la tierra. Pero claro, la NASA solo cuenta con que el final llegará por medios naturales, tal que un tortazo entre un cometa y la Tierra. No dice nada sobre lo de Ganímedes.

Para mí, venga o no el fin, es una puñalada trapera. Porque si llega, no tendré tiempo de acabar un trabajillo y, si no viene, tendré que ir adonde Julio a ver si me devuelve la lotería. Y ya me dirás tú con qué cara me presento. Di tú que el porteixo es buen amigo y, por lo menos, la que acaba en cinco me la dará. En cualquier caso, y por si las moscas, adiós, amigos.

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