Le importa al desvergonzado que lo expongan en la picota de la vergüenza? El ingenioso ministro Montoro amenaza a los defraudadores del fisco, con dar sus nombres a la rechifla pública. Pero el sambenito inquisitorial que para unos era un castigo humillante, era llevado por otros con orgullo. Garrote y prensa fue una famosa y bárbara sentencia, ciertamente absurda porque al que había entregado el cuello a la maniobra del verdugo no podía preocuparle que se hiciera pública la ejecución; en realidad la pena de ludibrio la sufrían sus familiares. Multazo y prensa para los evasores de impuestos, propone el ministro de la cosa. Más que una discutible ejemplaridad cuentan para el público la multa gorda y la recuperación efectiva de los dineros evadidos y en esta doble faena el éxito del señor Montoro no es de las de vuelta al ruedo; los logros de la amnistía fiscal han sido escasos. Como el tahúr, el defraudador es listo y arriesgado: Montoro debe ensayar nuevas trampas hasta cazarlo.

Cuesta reconocerlo: una parte de la sociedad, la más próspera, ha perdido la vergüenza; la otra, la empobrecida, se ha quedado sin capacidad para escandalizarse. Lo normal no sorprende. Son tantos y tan graves los casos de corrupción acaparadores de los espacios informativos que bien puede afirmarse que España es un caso. Se equivoca gravemente Montoro si piensa que la publicación de las listas negras del fraude meterá el temor en el cuerpo del evasor y el moroso: confían en la impunidad de la que han gozado siempre. Tampoco es seguro que el personal reaccionaría indignado al contemplar las listas; tal vez considere los fraudes denunciados «peccata minuta» comparados con las andanzas de políticos «corruptus», superiores en cantidad y desvergüenza, que estos días tienen en vilo a las buenas gentes. ¿Cómo se ha podido llegar tan lejos?, comenta echándose las manos a la cabeza el honesto ciudadano. ¿Por qué ha degenerado tanto como se cuenta la proverbial honradez de la política y finanzas catalanas? «Seminatur in corruptione», enunció san Pablo: pero de esta corrupción no nacieron gloriosas espigas sino mayor podredumbre. «Rosa da rosas», sentenciaba el judío sabio de Carrión, y sin aquellos polvos de antaño no tendríamos, hoy este barro pestilente. En efecto, los males que ahora lamentamos, vienen de lejos. Hace algunos años denunciaba cierto famoso periodista, inteligente y asombrado espectador: Aquí se ha instalado un estado de corrupción que para sobrevivir y crecer necesita corrupciones sin límite. Es evidente que tal estado de pestilencia se mantiene y que la pituitaria del sufrido españolito se ha encallecido para soportarlo.

Quizá ya no sea tiempo de duras denuncias ni de consideraciones éticas. La situación es de sobra conocida por los políticos gobernantes que cuando ejercieron en la oposición, la condenaron sin tapujos y se comprometieron a mejorarla; sabían que no iban a contar con el apoyo y la colaboración de sus rivales políticos, pero es probable que no esperaran una oposición tan generalizada, tan radical en el fondo y tan alborotada y alarmante en la forma. Cumplida con creces la amenaza de un otoño caliente, se prepara un invierno previsiblemente crudo. Parece como si se hubiera dado suelta a los demonios familiares que tan triste recuerdo dejaron de sus incursiones anteriores. Los sabotajes del Metro madrileño que pudieron terminar en tragedia, traen inevitablemente recuerdos de otras épocas que no conviene repetir. Por su parte, los apasionados soberanistas capitales deberían repasar la historia de reiterados fracasos.

Volviendo al tema de la picota a la que Montoro se propone llevar a defraudadores y morosos fiscales, reconocemos que no sorprende el provisional apoyo del PSOE; interpretan que se trata de dar caza a los mayores evasores, los ricos. A ver si es verdad. El escamado espectador se preguntaba en tempo pasao, por qué se dejaron de hacer públicas las listas del impuesto de las Personas Físicas. Entonces no pudo acogerse al agravio comparativo.