Después de que Rajoy prometiese reiteradamente que nunca subiría los impuestos y que nunca tocaría las pensiones y hacer luego, al llegar a la Moncloa, justo lo contrario de lo anunciado cuando era candidato, cualquier cosa que digan o hagan los integrantes de la clase política que sufrimos ya no solo no extraña en absoluto sino que parece la lógica consecuencia y continuación del camino emprendido por sus guías respectivos, sean del signo que sean.

Ahí está la ministra de Trabajo, que presume de una reforma laboral que ha hecho aumentar el número de parados, y los miles que están en puertas del despido, pero que ella considera que era una medida imprescindible. Lo mismo que opina de la no revalorización de las pensiones. Eso se llama no conectar para nada con el pueblo, que entiende como imprescindible, por ejemplo, rebajar a la cuarta o quinta parte esa desorbitada cifra de 450.000 personas viviendo de la política en un país arruinado y que se desangra de manera visible cada día.

O la alcaldesa de Madrid y señora de Aznar que tiene 79 abogados municipales a su servicio pero de los que prescinde olímpicamente para contratar a dos lujosos y caros bufetes de la capital, a ver si son capaces de sacarle las castañas del fuego en el feo asunto del Madrid Arena, que ha costado la vida de cinco jóvenes. Total, los bufetes en cuestión se van a pagar con los impuestos de los ciudadanos. Así que, lo mejor de lo mejor, oiga. Claro que lo mismo hacen en otros Ayuntamientos más cercanos.

Y la Junta de Andalucía, que ha iniciado una entusiasta campaña promoviendo el uso de la bicicleta en las ciudades de aquella región como medida sana y saludable de la que solo se desprenderán beneficios para la economía y el bienestar. Pero la campaña es para los demás, claro, pues los gerifaltes de la izquierda pasan de tanta salud y tienen a su servicio nada menos que 260 coches oficiales.

Otros son más afortunados en sus expresiones y en sus posturas, como el ministro Wert defendiendo a capa y espada la enseñanza del español en Cataluña pese a las andanadas que recibe de los mesías de aquella región, que no dejan de llamarle facha, con la habitual riqueza del léxico insultante de la progresía del país. Y en la misma línea hay que citar a Vázquez, tantos años alcalde de La Coruña y luego embajador del Gobierno socialista en El Vaticano, quien no ha dudado en decir que un niño castigado por hablar español es lo mismo que un judío perseguido.

Para acabar con Posada, el presidente del Congreso al que la izquierda ha puesto como un trapo por felicitar con una postal navideña tradicional. Algunos piensan que hay que hablar de fiestas, no de Navidad pues eso sería volver al nacional-catolicismo franquista. Posada ha replicado que bueno, pero que sin insultar, que tampoco es para ponerse así. Siendo presidente de Castilla y León, Posada dijo que el victimismo y las quejas de los zamoranos eran una psicosis y se quedó tan a gusto. Y es que no hay nada como decir las cosas en plan fino.