Si alguien pensaba que en materia de escándalo los directivos de la Semana Santa zamorana habían tocado techo, se equivocaba. La frustrada elección presidencial del pasado miércoles ha colocado las cosas otra vez donde estaban. Es decir, en el más absoluto caos. Después de meses en los que, al fin, parecía encauzada una peliaguda gestión con facturas por pagar y subvenciones por cobrar; cuando se habían alcanzado y cerrado acuerdos en cuestiones por las que las cofradías se han venido tirando tambores y cornetas a la cabeza durante los últimos años como la contratación de bandas, e incluso, se había avanzado notablemente en la renovación del estatuto interno, todo el trabajo ha ido a parar al saco de la nada. El resultado de la votación, en la que se rompió un supuesto consenso, tiene una trascendencia brutal que coloca contra las cuerdas a la celebración semanasantera.

Ya no nos estamos refiriendo a frustraciones personales mal encauzadas, ni a peleas domésticas impropias de directivos de una enseña religiosa y cultural de la ciudad, que son las que, para tristeza de propios y extraños, acaban dando al traste con cualquier intento de dignificar la celebración. Dignificar, sí, porque lo que ocurre en el seno de la Junta pro Semana Santa es indigno de la categoría que le corresponde a tal conmemoración. Más allá de cuestiones espirituales, estamos hablando de un organismo con personalidad jurídica propia introducida en una espiral de difícil salida, con deudas pendientes, con subvenciones en grave peligro de perderse, puesto que estamos a punto de finalizar el año y con él el plazo legal para su justificación ante las instituciones correspondientes. Estamos hablando, en fin, de que a cuatro meses de la Semana Santa, sus dirigentes han demostrado su total incapacidad para los cargos que fueron nombrados tanto en sus propias cofradías como en el papel asignado en la junta de hermandades.

Con los puñales otra vez desenfundados y las acusaciones públicas o soterradas al cabo de la calle sobre quién boicoteó y quién dejó hacer o deshacer el acuerdo, resulta casi quimérico pensar en que mañana pueda formarse una nueva gestora. Tal vez, al gesto de Chano Lorenzo declinando la presidencia y a la dimisión de la gestora debiera haber seguido la cadena a la hora de exigir responsabilidades. Porque la Semana Santa no es un cortijo sino la celebración por excelencia en Zamora de todo un movimiento cultural, que genera riqueza para la ciudad, de un colectivo social de grandes dimensiones del que cada vez se apartan más las nuevas generaciones, espantadas por las luchas intestinas y la sucesión de absurdos a los que se asiste desde hace algunos años para acá.

La Iglesia, a la que deben obediencia como asociaciones de fieles laicas que son las hermandades, ha intervenido demasiado tarde. En situaciones parecidas anteriores prelados como el obispo Juan María Uriarte no dudaba en sentar en el Palacio Episcopal a los protagonistas para llamarlos a capítulo y resolver de un plumazo los roces y disensiones. Pero, a estas alturas, pretender establecer como salida de emergencia el nombramiento de un comisario o administrador tampoco parece el bálsamo adecuado para calmar tan revueltas aguas. Se antoja complicado encontrar un voluntario para hacerse cargo de semejante belén en vista del resultado de la votación del miércoles. Si el comisario lo nombra el Obispado del seno de la propia Iglesia tampoco será tarea fácil porque, insistimos, más allá de cuestionar el sentido de vida y virtudes cristianas que parecen observar equivocadamente algunos de los dirigentes de la Pasión zamorana, hablamos de un serio problema administrativo. En estas circunstancias, existen incluso voces que abogan por dejar morir de inanición a la actual Junta pro Semana Santa y crear una asociación cultural paralela y lejos de la influencia directa de la Iglesia. Pero el tema crucial de financiación seguiría sin resolverse y las deudas, pendientes.

Los directivos semanasanteros han llevado tan lejos su insensatez como los políticos o los responsables de la banca nacionalizada, pero aquí no existe la figura de la intervención ni ningún plan de ayuda que no salga de la buena voluntad que tanto se echa en falta en semejante foro. Con deudas, sin ingresos y con la obligación de renunciar a las subvenciones que no se justifiquen con arreglo a la nueva y más restrictiva legislación, aguarda una labor de titanes si no queremos asistir a nuevos y más increíbles escenarios vergonzosos hasta llegar al embargo de bienes como el Museo de Semana Santa si persiste el caos administrativo. La situación no puede dejar indiferente a nadie. A Zamora se la identifica con una de las Semanas Santas más bellas, de mayor calado social y atractivo fuera de las fronteras. Los zamoranos no se merecen este circo de mal gusto y dramáticas consecuencias.