Ayer fue mi día de suerte. Abrí el buzón de mi casa, ese que rompe un conocido sinvergüenza para hurgar en mi correspondencia, y me encontré una carta de una compañía eléctrica. Creí que era uno más de esos recibos de luz exorbitados que todo hijo de vecino recibe, pero no. Era una papeleta que me prometía el oro y el moro, un paraíso en Nueva York. Para ganármelo, solo tenía que enviar un SMS y entraría en un fabuloso sorteo.

Envolví la papeleta y la tiré con mucho cuidado a la papelera más próxima. Sé que me hubiera tocado el viaje, pero estoy cansado de recibir prebendas a cambio de nada. Y a esta renuncié porque no estaba dispuesto a enviar un SMS, que me costaría dinero o, cuando menos, tiempo. Y tiempo, aparte de dinero, es otra de las cosas que no tengo en abundancia.

No había caminado ni cinco pasos, cuando una amable señora o señorita sudamericana, me anunciaba por teléfono desde el más allá que me había tocado un «carro». Exactamente, un Mercedes. Recibí la noticia con alborozo, ya me dirás tú. Nadie le hace ascos a un «carro». Incluso di un salto de alegría. Luego le dije a la señora o señorita, que adónde tenía que ir a recogerlo. Sinceramente, lo que no deseaba era que, después de tanta suerte, tuvieran que molestarse en traérmelo a casa.

La sudamericana, a la que adiviné su nacionalidad por el deje de voz, me dijo que para retirar mi premio primero tenía que contestar a un cuestionario, un formulario sin importancia. Le dije que vale, pero que primero el Mercedes. Por lo menos verlo. Y ella que no, que primero contestar.

Convertimos nuestra conversación en un rifirrafe, en un diálogo de besugos. Hasta que, por fin, y sin atender a mi reclamación de recoger primero el premio, comenzó a decirme las preguntas para que viera que eran muy fáciles. Y no eran difíciles, no, que me las sabía todas. Eran solo una especie de interrogatorio de un juicio sumarísimo.

La chica quería saber, aparte de mi nombre completo, que ya sabía por se dirigió a mí diciéndome «señor Delfín», mi DNI, mi NIF, si estaba casado, si con quién, si tenía hijos, si el piso era mío, si estaba pagado? Vamos, que tenía que desnudarme, hacer un «striptease» ante ella antes de recibir mi premio.

Después de unos minutos, le dije que lo sentía, que tenía que renunciar a mi Mercedes si no me decía donde estaba. Porque no quería darle mi filiación completa antes de verme al volante del auto. Y tuve que renunciar, con gran dolor de corazón.

Poco después me llamaron de una compañía telefónica para ofrecerme cambiar mi línea. Las condiciones eran estupendas. Cuando les dije que estaba contento con la que tenía, me dijeron que debía abonar una factura que tenía pendiente con ellos desde hacía unos años.

No recordaba haber tenido trato comercial con esa operadora, pero todo era posible. Me reclamaban, pásmense ustedes, tres euros. Les dije, que eso, por escrito. Y me fui pensando que qué desesperados debían estar para gastar una llamada en reclamar tres euros?

A mí que me toquen premios me gusta, la verdad. Pero me gusta más que me toquen a una hora prudencial. Demasiadas veces me tocan a las ocho de la mañana, cuando parte de la familia duerme, o cuando uno anda centrado en alguna labor propia de su sexo.

Eso, que me toquen los premios tan de mañana, me pone de los nervios. Así que, ya saben. Si no me ven pasear por Zamora en Mercedes, es porque no quiero, o porque me han comunicado la noticia muy temprano.

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