Buenas, lo que se dice buenas noticias, solo hay una. Parece fiable, pero vaya usted a saber en qué queda lo que dice el FMI. Y dice el Fondo Monetario Internacional que, según sus previsiones, España saldrá de la recesión en 2014 con un crecimiento del PIB del 1% ese año y del 1,6% en 2015. Ni brotes verdes ni luz al final del túnel, simple y llanamente la previsión de un organismo, entiendo que competente, que a través de un informe sobre el progreso en la reforma del sector financiero, nos anima a seguir sin desfallecer porque asegura que lo vamos a conseguir y que todo ello es debido al plan de austeridad diseñados por el Gobierno.

Ciertamente las cifras del FMI avalan con algo de cautela las previsiones oficiales del Gobierno español, que prevé un crecimiento del 1,2% en 2014 y un 1,9% en 2015. Nos queda un 2013 que, según los realistas será de aquí te espero y según los optimistas será un año de transición hacia la salida paulatina de esta situación precaria en la que nos encontramos. Sigo diciendo que al Gobierno de España le ha faltado coraje, como falta a los Ejecutivos de las distintas autonomías, para acabar con cientos de malos hábitos, malas prácticas y excedentes (en este caso humanos), que son los que se están llevando la pasta que no se tiene. Porque si sobrase, vale, pero es que no hay y la poca que administran se la reparten entre ellos. O esa es la sensación generalizada.

La peor noticia la ha protagonizado un hombre de 59 años, un español de Navarra en proceso de desahucio por impago de alquiler que se ha suicidado en la localidad de Santesteban. ¿Cuántos más se tendrán que suicidar por impago de la letra del piso o del alquiler que no pueden seguir sufragando por culpa del maldito paro? En temas de desahucio, sea del tipo que sea, no se puede ser tibio. Hay que actuar con diligencia para evitar males mayores y con contundencia prohibiendo que se repitan escenas que a todos nos avergüenzan. Es verdad, como dicen algunos expertos, que los distintos Gobiernos y la banca no son culpables al cien por cien de la situación en la que nos encontramos, que algo hemos puesto también de nuestra parte. Pero son ellos y solo ellos los que ahora tienen la solución.

No se puede seguir ofreciendo al mundo esa imagen que nos traslada a un pasado no tan remoto, con fuerzas del orden sacando a cientos de familias de sus hogares, poniéndolos de patitas en la calle o la otra peor de contemplar en la vía pública el cuerpo sin vida de un inquilino que se ha arrojado desde un quinto o un séptimo piso ante la inminencia del desahucio. ¿Cuántos más tienen que caer? Y me da igual que el culpable sea un banco que un propietario particular. Sobre sus conciencias quedarán estos episodios luctuosos. Solo que los bancos no tienen conciencia y a lo mejor algún que otro particular tampoco. La fuerza de la mala noticia resta brillo e importancia a la otra que se escribe en clave de esperanza. Las malas noticias son más. A diferencia de las buenas son en plural. Pero para que voy a amargarle el día, querido lector. Me importa usted demasiado como para ser la culpable de que el desayuno o el pinchito de media mañana se le atragante por mi culpa. Quizá con la inminencia de la Navidad podamos ser heraldos gozosos de alguna buena noticia, por pequeña que sea.