Es habitual que acompañe en su visita a la ciudad a los actores, autores o directores que, con motivo de una representación en el Teatro Principal, se acercan hasta Zamora y aprovechan la oportunidad para conocer mejor nuestras calles y monumentos. Siempre, camino de la Catedral, hacemos una pequeña parada delante de la casa de Agustín. Todos conocen a Agustín García Calvo, todos lo admiran y todos se preguntan si él, un hombre tan ilustre, sigue compartiendo su vida entre nosotros. Yo les digo que sí. Y acto seguido comenzamos unos y otros a recordar poemas, dramas y sucesos creados o protagonizados por tan gran hombre. Y siempre me he preguntado lo mismo: ¿Cómo es posible que alguien tan reconocido no haya gozado entre sus contemporáneos de muestras más visibles de reconocimiento, si su palabra ha llenado de inspiración y emoción a tantas y tantas personas, especialmente entre aquellas que se dedican a eso que llamamos cultura?

El desentrañamiento de su contra-filosofía, la sensación constante entre nosotros de que nos quedaba algo importante que comprender de todo lo que decía, era motivo de conversación y reflexión aunque siempre dejábamos en el aire la pregunta ¿por qué sus obras no son más representadas...? Y la respuesta: En la actualidad es imposible estrenar sin tener que someterse a todos los condicionantes que conlleva el buscar un hueco en la atención del público. Hacerse ver y oír en medio de todas las ofertas teatrales implica una entrega o, a veces, una sumisión a los distintos medios de comunicación, a la que Agustín no iba a ceder. Y sin embargo, su presencia a lo largo de los años, no solo en el ámbito teatral, sino en las demás artes que cultivaba, era y ha sido importante y constante; como la corriente de un río a la que esporádicamente hay que ir a pescar para alimentar el espíritu y el conocimiento.

Es verdad que ha sido reconocido con premios, que ha sido admirado en los grandes salones y en las pequeñas salas, pero creo que no hemos sabido darle todo lo bueno que él se merecía. Quizá porque nos ha impresionado su enorme estatura intelectual, quizá porque, ante una persona que ha cuestionado casi todas las convenciones sociales, no hayamos encontrado la forma oportuna de rendirle homenaje sin violentar su vocación libertaria con costumbrismos sociales.

Y sin embargo siempre estuvo ahí, al alcance de la mano, proclamando que la voz del pueblo es la mejor voz y la mejor palabra, compartiendo con generosidad sus conocimientos en las tertulias, acercándose a regalar sus palabras a cuantas personas o grupos clamasen por una justicia verdadera o una vida sin las ligaduras con las que el futuro, la muerte o el dinero han atado la existencia.

En estas palabras de urgencia son muchas las cosas que quedan por decir y ninguna de ellas será comparable a cualquier poema suyo. Por eso el mejor homenaje es volver sobre sus escritos para ver las cosas como él las vio. A ellos volveremos los que aquí nos quedamos para sentir junto con su familia la presencia ausente del maestro.

Me alegro de haberlo conocido, de haberlo escuchado, de haber compartido tiempo y escenario con él. Vivencias que recrearé con los amigos comunes. Y cuando nuevamente pase por delante de su casa con los cómicos y me pregunten si Agustín sigue viviendo, naturalmente les diré que sí. Por muchos, muchos años.