Si usted escribe en Google «administración Obama considera un negocio normal el uso de fetos abortados para saborizantes», le salen 21.500 artículos en los que se afirma, en efecto, que algunos refrescos, en EE UU, incluyen restos de fetos abortados para proporcionar sabor a sus bebidas con burbujas. Di con ello por casualidad, buscando otra información, que es el mejor modo de extraer oro de la Red. Por lo que he podido averiguar, se trata de un relato fronterizo. No es cierto, en otras palabras, pero si uno se queda en la superficie de la información, si se puede llamar información a esto, podría creérselo. En realidad, basta que desees creértelo para que te convenzan de ello.

En internet abundan este tipo de relatos porque internet representa en nuestros días lo que en la América del XIX representó el avance hacia el Oeste. O sea, que vamos matando indios (en este caso indios virtuales) a medida que conquistamos nuevos territorios y la gente que ha estado en esos territorios vuelve a casa con la maleta llena de historias truculentas. La administración Obama, por ejemplo, considera un negocio normal el uso de fetos abortados para saborizantes. Naturalmente, en los artículos que denuncian el caso, se da el nombre de las marcas de refrescos aficionadas a estas prácticas caníbales. Y esas marcas, suponemos, no pueden hacer nada por combatir la leyenda. Si mañana aparece que una multinacional de hamburguesas utiliza placentas de seres humanos para sus mejores productos, funcionaría igual.

En los relatos fronterizos no se cumplen ninguna de las leyes sobre la verosimilitud de todo cuento que se precie porque no las necesitan. La frontera es un territorio mágico, en el que todo es posible, incluso que los laboratorios farmacéuticos utilicen fetos de catorce semanas para fabricar cremas rejuvenecedoras. También eso ha salido y ahí continúa, haciendo equilibrios sobre la fina raya que separa la realidad de la irrealidad. Viene a ser como estar despiertos y dormidos a la vez, como entrar en la vigilia a través del sueño o viceversa. O sea, una especie de huevos revueltos. Que no pare la fiesta.