En este periódico, Araceli, la activa alcaldesa de Villalonso, ha informado sobre la reforma urbanística en el entorno de la ermita del Bendito Cristo de la Veracruz también llamada del Humilladero. Es un templo modesto, pero me atrevo a pensar que a lo largo de su historia ha recogido más pruebas de sentida devoción y esperanza cierta que algunas grandes catedrales. Son muchos los pueblos que confían en la milagrosa imagen de su Cristo; y milagro podría considerarse ese fenómeno sociológico de inalterada confianza. Canta una folía tinerfeña de hondo y hermoso sentimiento: «Al Cristo de la Laguna/ mis penas le conté yo;/ sus labios no se movieron,/ pero sé que me escuchó». Nadie se ve defraudado y triste después de rezar contrito y confiado a Cristo, decía el predicador zamorano Jambrina. Resultaría sorprendente, si se conociera, el número de asuntos que sus fieles devotos han encomendado al Cristo de la Veracruz: le han pedido que a los mozos no les tocara África en el sorteo; que volvieran con vida y salud los combatientes en la guerra civil; que saliera bien del trance la parturienta primeriza; que se desarrollara «sin ningún aquel» y mucho provecho la campaña de los triperos; que llegara sano y salvo el emigrante a la otra orilla; (la lluvia, cuando remoloneaba, se pedía al Cristo en novena con motetes de la señora Valentina, alusivos al campo y el agua). Es de suponer que el esperanzado suplicante obtendría la respuesta apetecida o resignación.

Siempre fue dado el español a las rogativas; además, las llevó a los acristianados pueblos de América que la asumieron con religioso entusiasmo. Se celebraban las rogativas con la finalidad proclamada de impetrar celestial remedio a un mal grave y general; «a peste, fame et bello», por ejemplo más conocido: contra la peste, las hambrunas y las guerras que con frecuencia asolaron las tierras de Europa. Pero la rogativa parece hoy una práctica venida a menos o a casi nada, como tantas otras manifestaciones piadosas. Que se llevó, en presunción de ateneista rural, el viento del «pogreso» y la «modernidaz»; tal vez también por pujos de progresismo desaparecieron de la liturgia gorigoris de difuntos, letanías y tenebrarios de los que decía avergonzarse cierta clerigalla exquisita. Cierto o no, la cosa es que es que a nadie se le ocurre convocar rogativas, a pesar de que no le vendrían mal a una situación como la actual, tan desesperada que cualquier iniciativa de alivio debiera ser probada aunque fuera «por si acaso». Como de llover no está, advirtió el cura a los mayordomos de la cofradía; vosotros diréis si sacamos el Cristo; y salió la procesión.

Ni el laico más laico se atrevería a negar que es de rogativas el crudo tiempo presente. La crisis incidente en tantos aspectos importantes de la vida nacional, se manifiesta pertinaz y profundiza más y más cada día; hasta ahora ningún intento ha sido capaz de parar la siniestra excavadora: es probable, aunque cueste creerlo, que las numerosas, ingratas y protestadas soluciones aportadas por el Gobierno muestren algún día la eficacia que ahora no les acompaña. No se puede pedir siempre paciencia, pues en este mundo solo hubo un santo Job y de su pregonada virtud dudan algunos hermeneutas.

Peor es incitar a la gente al desespero y la insumisión. En la fiesta minera de Rodiezmo, privada de la estelar conjunción de Rodríguez Zapatero, se ha convertido en amenaza el acongojante pronóstico de duro invierno político y social formulado por Pérez Rubalcaba. Juntos y en unión a los sindicatos, participarán los socialistas en las manifestaciones callejeras y demás actuaciones de protesta contra la política gubernamental; así que don Mariano «no digas que no te avisan». El curso universitario ha comenzado movido y jaranero como anticipando lo que vendrá.

Cuando vaya a Villalonso encargaré que se oficie una misa por España y sus Autonomías al Cristo de la Veracruz: A grandes males, grandes remedios.