Muchos políticos viven instalados en el odio. A veces se odian los unos a los otros. A veces odian a España. A menudo odian a la humanidad. Los que no mamamos de ese negocio no les andamos muy a la zaga. Defendiendo nuestras ideas nos volvemos violentos y necios.

Hace unos días veía cómo dos amigos se enfrascaban en una batalla dialéctica brutal. Se quieren, pero en esto de la política se odian. No consiguen ni respetarse. No estamos listos aún para la discrepancia y el respeto.

Yo tengo dos amigos sindicalistas. Uno íntimo. De oro. El otro menos. El íntimo siempre que me ve me abraza. Respeta que yo piense que la mayoría de ellos son unos golfos. Si acaso me reprende con cariño. Y defiende su opinión con apasionado respeto. El otro, cada vez que me ve, me saluda con una frialdad que asusta. No respeta que yo piense que los sindicatos trincones, con organizaciones empresariales, autonomías y partidos políticos corruptos sean el gran cáncer de España.

Por supuesto que hay excepciones. Por supuesto que hay sindicalistas y políticos honestos. Muchos probablemente. Pero los ciudadanos de a pie no somos capaces de distinguir y año tras año caemos en la trampa de colocarles en los altares en los que santifican sus sueldos suculentos y sus repugnantes prebendas.

Me hiere a la vista ver al alcalde de Marinaleda hacer su paripé televisivo mientras se forra en el Ayuntamiento y en el Parlamento andaluz. Más de un millón al mes se enfunda el «defensor» de los pobres. En su defensa, la maniquea disculpa de que da algo al partido. Y a quién le importa. Lo que importa es que mientras unos se mueren de hambre otros se cubren de gloria económica.

Un tío de setenta u ochenta mil euros al año robando carritos de la compra, ya me dirán ustedes. Muy bonito, muy Curro Jiménez, muy bandolero andaluz, pero de muy poca honestidad.

Por eso ahora, cuando veo al otro tonto del haba, el alcalde de San Sebastián, prohibir los toros, se me revuelven las tripas. El proetarra de Bildu no prohíbe los toros porque sea un antitaurino convencido, un defensor del animal. El que no condena que se mate a un hombre le importa un pito que maten a un toro, ni a mil toros, su cosa es otra. Su cosa es sucia, fea y reaccionaria.

Este alcalde entiende que el toro es un símbolo de España y no puede haber ni un solo símbolo de España en el País Vasco. España es el enemigo. Es el coco. Es la dictadura. La tiranía que les tiene aplastados con bota de hierro.

Menos mal que en el resto de España no abundan los tontos como él. ¿Se imaginan a un alcalde necio en cualquier población del Estado que pusiera trabas a un restaurante por ser vasco?

Este tiranillo de tres al cuarto quiere equipararse con esta medida a los independentistas catalanes. Creen que ahora Cataluña es más Cataluña porque han prohibido los toros. Tampoco tienen convencimientos animalistas. Solo es el paleto pensamiento de querer ser lo que no son. De transfigurar e inventar la historia para mandar en su corralito.

Veía días pasados a Albert Boadella hablar de su amada Cataluña. Decía, sin pelos en la lengua, que un puñado de necios políticos los han llevado a un enfrentamiento absurdo. A él mismo le han declarado persona no grata en televisiones, prensa y radios y todo por discrepar, por opinar en libertad, por levantar el velo de las mezquindades de estos políticos frentistas. A ver cuándo les empitona el toro de la sensatez.

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