La sociedad española en general y las víctimas del terrorismo etarra en particular tienen cada vez más la sensación de que los jueces españoles están a favor de los etarras presos. Y los presos etarras, y el resto de la banda terrorista que hace su función extramuros de las cárceles españolas, aprovechan cualquier coyuntura para sacar tajada de su situación. Recordemos el episodio de la huelga de hambre de De Juana Chaos, metía tripa cuando le hacían las fotos y en cuanto las cámaras salían de la habitación en la que se encontraba recobraba su posición normal. Acabó burlando a la Justicia y ahora vive como un pachá en un país hispanoamericano, gracias a los jueces patrios que se ablandaron con el asesino.

Los reclusos de Eta se quejan. Dicen que enferman porque se pasan demasiado tiempo en la cárcel dado que la Justicia les obsequia con excesivos años de encierro. Aseguran que padecen «pobreza olfativa» porque el olor en prisión es siempre el mismo y que la alimentación no es la adecuada ya que los alimentos que ingieren tienen escaso contenido proteico y vitamínico. Falacias y más falacias. Hemos sabido recientemente, tras la presunta huelga de hambre llevada a cabo por este colectivo privilegiado, que los etarras presos reciben alimentos del exterior, y no cualquier tipo de alimentos sino de lo bueno lo mejor, y que su dieta es diferente a la de los presos comunes.

En cuanto al olor carcelario se refiere y que según estos asesinos tiene alterada su pituitaria, habría mucho que decir. Todos los presos, y en especial los de Eta pueden salir a tomar el sol al patio y moverse libremente por las instalaciones carcelarias que son inmensas. Al señor Ortega Lara lo mantuvieron durante muchos meses en un cubículo donde ni moverse podía, todo el puto día en la misma posición, sin ver la luz del sol, sin tener con quien hablar, sin saber nada de su familia, sin prácticamente esperanza, realizando todo lo realizable en el mismo sitio y bajo la amenaza de muerte a la que permanentemente le sometía su carcelero, un tal Bolinaga, con el que jueces, instituciones penitenciarias y Gobierno han sido tan sumamente permisivos, concediéndole el tercer grado para que se vaya a morir a su casa, no se sabe cuándo.

Pero, el señor Ortega Lara no cuenta. Era un funcionario de prisiones más. Un tipo sin importancia. Un español. Un «bastardo» para la gran familia etarra. Un ser fácilmente eliminable. Una piececita insignificante con la que poder presionar al Gobierno de turno. En fin, que el señor Ortega Lara no era un ser humano. Era un «ente» prescindible.

Al señor Ortega Lara lo iban a dejar morir en aquel ataúd de cemento. Menos mal que la Guardia Civil nunca se rindió y acabó dando con el paradero del zulo. Lo de los presos etarras no tiene nombre, con la particularidad de que salvo contadas excepciones todos son convenientes enfermos imaginarios.