Sorprende la escasa, por no decir nula empatía de los alemanes actuales hacia los ciudadanos de los países donde tantos de ellos pasan sus vacaciones. Uno tiene a veces la sospecha de que se llevan de allí, como ocurre tantas veces con los turistas, una idea totalmente equivocada.

Es como si en España estuviéramos todos de juerga el año entero solo porque en los lugares de veraneo ésa suele ser el ambiente dominante. Pero ¿se fijan acaso en la profesionalidad y lo duro que trabajan quienes, arrostrando el calor, les sirven el pescaíto frito o la paella hasta altas horas de la noche? ¿Qué camarero alemán aguantaría el ritmo de trabajo de algunos bares españoles?

A partir de esa totalmente falsa apreciación de la cotidiana realidad mediterránea, que explica el que la prensa haya apodado a nuestros países el Club Med (Club Mediterráneo), el mecánico de Leipzig o el carnicero de Dortmundse dirían resentidos por tener que trabajar tan duro el resto del año cuando otros pasan su tiempo en el chiringuito.

Todos ésos que corean esa horrorosa canción titulada «Y viva España», que crearon, por cierto, un par de belgas, parecen olvidarse, nada más volver a casa, de la fácil camaradería con los españoles que manifestaban mientras bebían sus jarras de sangría para despotricar contra los holgazanes del Sur mientras devoran rápidamente una salchicha al regreso de sus trabajos.

Es ciertamente todo esto una caricatura, pero no menos que la que hace muchas veces cierta prensa germana de griegos, españoles o italianos sin distinguir entre despilfarro, corrupción y desgobierno, que los ha habido, y en demasía, en nuestros países, y la dramática realidad de una mayoría a la que se le exige ahora que pague los platos que rompieron otros.

Ellos, los alemanes, hicieron ya hace tiempo sus deberes -nos repiten también nuestros gobernantes conservadores para hacer que nos sintamos culpables de todo lo que nos pasa- y ahora nos toca sacrificarnos a nosotros. Pero ¿sacrificarnos hasta la extenuación? ¿Y con qué resultado?

Esa crítica a la falta de empatía de los germanos -y no sólo de la clase trabajadora, la que lee diarios como el sensacionalista Bild- es algo que le sugiere a uno la lectura en uno de los semanarios más sesudos y serios de aquel país, Die Zeit, de un artículo del ex economista jefe del Bundesbank (banco central alemán).

Coincide su contenido con mucho de lo que venimos leyendo en todos los medios germanos desde hace tiempo, lo cual explica las enormes dificultades que tenemos los mediterráneos para que oigan en el Norte de Europa nuestras quejas, cada vez más fundamentadas por lo que nos sucede con la medicina que nos han venido administrando.

Critica en dicho artículo por ilusoria el economista OtmarIssing, que perteneció también durante algunos años al directorio del Banco Central Europeo, la ideade que sin avanzar simultáneamente en la unión política de Europa es imposible mantener por mucho tiempo más la unión monetaria.

Y califica de «grotesco» -en este caso con razón- de que precisamente aliente la unión política el Gobierno de un país como Gran Bretaña, que siempre ha preferido quedarse al margen de la idea europea y al que Europa sólo parece interesar como simple espacio de libre comercio y mientras no le toquen su City.

El ex banquero central alemán desestima como simple «retórica» la profesión de fe que hacen algunos en la idea de la unión europea y considera que esa retórica oculta en realidad el deseo de los países en crisis de reclamarle a su país «medios financieros importantes, si no ilimitados».

Su escrito puede verse como un ataque directo a la propuesta claramente europeísta que los filósofos Jürgen Habermas y Julian Nida-Rümelin y el economista Peter Bofinger hicieron hace unos días en el diario «Frankfurter Allgemeine Zeitung» y que se reprodujo luego en la prensa española.

«Si uno se fija bien, la divisa "dinero ahora, a cambio de la promesa de una unión política mañana" es solo una trampa», escribe Issing, quien desconfía de la voluntad real de renunciar a la soberanía nacional por parte de la mayoría. E insiste en la vieja cantinela de alemanes, finlandeses y austriacos en el sentido de que la «expansión sin límites de las ayudas financieras no alienta precisamente la voluntad de reformas de los países en crisis».

Antes bien, argumenta, el aumento de los tipos de interés que resultaría de esa medida en los países donantes podría «asestar un golpe mortal a la idea de integración europea».

El ex banquero rechaza con el argumento de la desconfianza en el propósito de enmienda de los mediterráneos cualquier mutualización de la deuda, desde los eurobonos hasta el fondo de amortización de la misma propuesto, porque los intereses más elevados resultantes para Alemania equivaldrían a una «transferencia de dinero del contribuyente germano a otros países, que se aprovecharían a su vez de una bajada de los tipos». Es decir que sería el triunfo del vicio del Sur sobre la virtud del Norte.

Y para colmo, se queja Issing, todo ello ocurriría sin legitimación democrática, una crasa violación del principio fundamental que dice «No taxation without representation» (No puede haber impuestos sin representación parlamentaria), el viejo eslogan de los revolucionarios norteamericanos contra la potencia colonial británica. ¡Más claro, el agua!