El pueblo de Trefacio, en Sanabria, podría entrar a formar parte de ese libro de ilusiones y récords imposibles que es el Guinness. Su enorme mérito, su hazaña increíble ha sido hacer, durante treinta años ininterrumpidos, teatro. Pero no un teatro cualquiera. Ha sido un teatro serio, de honor, donde los actorazos han sido gentes del pueblo o pueblos cercanos comprometidos en una tarea titánica y maravillosa.

Antonio López ha sido el artífice del prodigio. El catedrático ha sido capaz de aunar voluntades, limar asperezas, empujar hasta la orilla una barca que, como todas las cosas, ha sufrido tormentas y ha vivido épocas de enorme paz y felicidad.

El día quince pasado no faltó a la cita el teatro. Y quizás porque cumplía treinta esplendorosos años, fue más multitudinario y exitoso que nunca. Jamás se había dado cita más gente en torno a un escenario en Sanabria y menos en Trefacio, desde los entierros de postín.

La mañana había comenzado calurosa y llorosa. El alcalde Jesús Ramos descubría una placa en honor al pueblo por su azaña y dirigía unas emotivas palabras, que fueron secundadas por otras apasionadas palabras del principal artífice de este gran éxito.

Antes de la obra, con un silencio que ponía nudos en la garganta, se leía el decreto por el cual el Ayuntamiento, en Pleno extraordinario, otorgaba al doctor Alonso el merecido título de «Hijo Predilecto».

Yo no sé si Sanabria tendrá en sus pueblos algún otro hijo predilecto, pero desde luego que, hecho con tanta, con toda la unanimidad y legalidad, lo dudo mucho. Antonio Alonso apenas si fue capaz de dar las gracias. La hondura de su emoción le ahogó la voz que cobró vida con la salva de aplausos que arropó su emoción.

Supongo que, si se sintió recompensado por tanto cariño, debió sentir especial emoción cuando hicieron subir al escenario a su esposa María Jesús. Ella, en silencio, ha sido la otra gran artífice del teatro de Sanabria. No sé si alguna mujer que no tuviera un corazón tan ancho y generoso hubiera podido aguantar los largos días de ensayos, renunciando a la compañía de su esposo y a los ocios que Sanabria ofrece en esta época.

Desde ahora mismo, quien pase por Trefacio, quien visite su Ayuntamiento, en el corazón del pueblo, sabrá que éste es el pueblo del teatro, un título que habla fuerte de la sensibilidad de sus gentes.

Alguien me recordaba que desde hacía muchos, muchos años, este pueblo había sido aficionado al arte de Talía. A los pies del castaño de la vieja ermita, antes de ser reconvertido en cementerio, se desarrollaban obras que gozaban de una gran fama en la zona. Las gentes iban con meriendas y después de comer, se tomaban un postre de cultura que llega, aunque interrumpido, a nuestros días.

De aquellos tiempos quedaron apodos entre las gentes del pueblo. Casi nadie sabía quien era un tal Pepe que vivía en el Chano, pero todos sabían quién era Dantés. El tal Pepe interpretó a Edmond Dantés en el Conde de Montecristo y, desde entonces, no tuvo otro nombre que ese.

Quizás hoy no nos demos cuenta de la enorme trascendencia de lo ocurrido en Trefacio pero, desde luego, marca la pauta, el sendero por el que deben caminar las gentes de los pueblos: juntos, de la mano. Si lo hicieran así, si las instituciones les dejaran ir así en todo: bosques, ríos, presas, otro gallo le cantara a Sanabria.

De momento Trefacio, después de la felicidad del teatro, ayer se puso el mono de trabajo y se echó al monte para limpiar. Claro que hoy volverá a echarse a la calle para celebrar las fiestas de su patrón. Así, con una de cal y una de arena, se hace camino. Enhorabuena y gracias a todos.

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