Cuando el horizonte económico se achata y las fuentes convencionales de creación de empleo y de riqueza se agotan, como está ocurriendo ahora, es cuando se vuelve la vista al principio, a aquellas actividades que siempre han lubricado el sistema económico, las más productivas -y creativas-, capaces de sacar todo de la nada. Los últimos datos facilitados por la Consejería de Agricultura avalan la fortaleza del sector agroalimentario regional en medio de una crisis económica y financiera que está rajando los pilares socioeconómicos que sostienen el sistema. Zamora tiene un potencial agroalimentario envidiable que debe desmadejar sin demora. Ahora, más que nunca, se necesita cerrar el ciclo productivo y transformar en alimentos todas las materias primas, haciendo de este sector la espoleta de la recuperación económica provincial.

La Junta acaba de airear que la agricultura y la agroalimentación regional han creado 4.000 empleos en los últimos cinco años, en plena crisis, lo que evidencia que la producción de materias primas y su transformación navegan con rumbo firme en medio de un mar embravecido por los vaivenes y el nerviosismo que produce la depresión económica. En la generación de alimentos, Zamora tiene que ser cabeza de león, porque cuenta con mimbres finos y perfilados, muy fáciles de ahormar y ya tiene construido un edificio consistente sujeto sobre columnas fratasadas con la calidad de alimentos exquisitos, amparados por figuras oficiales.

Bajo las banderas extendidas del vino de Toro y el queso zamorano se cobijan un puñado de calificaciones de calidad que también ayudan a bosquejar la imagen de una provincia con valores alimentarios identificables. La denominación de origen vitivinícola Tierra del Vino, las indicaciones geográficas protegidas del garbanzo de Fuentesaúco, el lechazo de Castilla y León y el vino de Benavente-Valles; las marcas de garantía de la carne de ternera de Aliste, el chorizo zamorano y los pimientos de la huerta benaventana; más un rosario de productos de calidad contrastada como los espárragos de la Guareña, las harinas de Tierra de Campos, los quesos de oveja, vaca y cabra o la miel y las setas del oeste zamorano refuerzan un frente consolidado capaz de abrir cualquier mercado por muy prieto que se muestre.

Ahora más que nunca se necesita juntar intenciones, cerrar filas y subir en el mismo vagón a agricultores, ganaderos e industriales agroalimentarios. La crisis se combate con más trabajo, más productividad e imaginación, tres factores que hay que trenzar para hacer una ristra irrompible. Y si ya hace años se colgó en un sitio bien visible la hoja de ruta con el cierre del ciclo productivo como principal meta para alcanzar el objetivo de la rentabilidad, en la actualidad incrementar la transformación de materias primas con el horizonte de llegar al cien por cien de lo que genera el sector primario es una necesidad y casi un deber en un intento de taponar las vías de escape de la economía provincial, recomponer la capacidad productiva e impulsar el desarrollo.

Zamora produce excelentes materias primas, afiladas por un clima continental que le da exquisitez. Pero también está muy arriba en cantidad, sobre todo en productos pecuarios. La provincia, con más de 80 millones de litros anuales, está a la cabeza de España en leche de oveja y muy arriba también en leche de vaca, con cerca de cien millones de litros. Es verdad que la producción quesera, con la DO como estandarte, se ha estirado mucho en la última década y que hoy supone un manantial de ingresos estimable dentro de la economía provincial, pero aún tiene mucho camino por recorrer porque todavía no se transforma ni el 50% de la producción.

Algo parecido ocurre con el subsector cárnico, donde la mayor parte de las reses de porcino, vacuno, ovino y caprino que se venden cada año salen de la provincia con destino a la industria foránea. Hay que potenciar más las tres marcas de garantía ligadas al sector: ternera de Aliste, lechazo de Castilla y León y chorizo zamorano, y buscar nuevos marchamos, para intensificar la actividad cárnica en la provincia. Las razas autóctonas, un tesoro genético que no se valora, deben ser el auténtico reclamo promocional de una ganadería que no debe despreciar el régimen extensivo, lo que singulariza la cabaña pecuaria provincial.

En tiempos de crisis y de recesión hay que comer. En esto no hay distinción con las épocas de bonanza económica, por eso el campo y su brazo transformador, la agroalimentación, están acusando menos la situación actual y ofrecen unas posibilidades de desarrollo que no tienen otras actividades. Para confirmar estas expectativas, agricultores, ganaderos e industriales tienen que trabajar al unísono, buscando fórmulas para crecer, como acaban de hacer queseros y productores de leche de oveja adaptando el reglamento de la DO a los nuevos tiempos y harán en los próximos meses viticultores y bodegueros de Toro. Si algo ha puesto en evidencia la crisis es que ya no se puede estar esperando a que la Administración tome la iniciativa o impulse una actividad con dinero público. El futuro está en manos de quienes tienen ideas y sepan desarrollarlas.