Celebramos en este día la Ascensión del Señor. Cristo resucitado regresa al que es su lugar propio: la gloria del cielo. Dios Padre le devolvió la vida, pero no la vida caduca, finita, sometida a las leyes físicas de este mundo, sino la vida eterna, la vida de Dios que le corresponde como hijo. Por eso debe retornar al que es su lugar: sentado a la derecha de Dios Padre. Pero Cristo no se va del todo. Su cuerpo glorioso sí, pero él se queda con nosotros hasta el final de los tiempos, entonces volverá. Un momento, ¿cómo se entiende esto?

Cristo se va, pero no se va, Cristo se queda pero volverá y si vuelve es que se ha ido. Parece un trabalenguas incomprensible, cierto, pero no lo es tanto. Desde que Dios, en la persona del hijo, de Jesucristo, se hizo hombre, no se puede desentender jamás de la humanidad porque es hombre como nosotros. No se puede olvidar del hombre porque en su hijo está la naturaleza humana. Luego es imposible que Cristo se vaya, puesto que al encarnarse ya se ha quedado para siempre con nosotros, compartiendo nuestra identidad. Además ha prometido quedarse en el sacramento de la Eucaristía, la presencia real de su cuerpo y de su sangre. Es Cristo mismo en medio de los suyos. No sólo hay que mirar al cielo, hay que adorar en la tierra al que viene a nosotros en lo que tiene aspecto de pan y de vino pero que en realidad es él. Así que no se ha ido.

«Volverá». Cristo siempre vuelve. Parece que está en un constante viaje de ida y vuelta. Recoge, escucha, atiende nuestras peticiones y se las presenta a Dios Padre para que recibamos respuesta. Recibe nuestro agradecimiento y se ofrece a sí mismo como acción de gracias a Dios. Va y viene, como enlace, como mediador, como intercesor. Pero la vuelta a la que se refiere la palabra de Dios es la vuelta definitiva al final de la historia. Tal como lo vieron aquellos discípulos alejarse de ellos, regresará. Con su cuerpo glorioso, resucitado, eterno, mostrando su humanidad y su divinidad unidas en su persona. Y entonces todos podrán contemplarlo. Todos lo reconocerán como el verdadero Señor de la historia, como el verdadero Salvador del mundo.

¿Y cuándo será esa vuelta? Nadie puede determinar la fecha. Solo él lo sabe. Mientras tanto hemos de cumplir el encargo que nos dejó, la misión que depositó en cada uno de nosotros: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». Somos sus testigos. Testigos de su venida a nuestro mundo, de su presencia con nosotros, de su amor. Testigos de su vuelta gloriosa al final de los tiempos.