Un año es poco para que un movimiento social pueda considerarse consolidado o acabado; concédasele, al menos, la clásica década para que demuestre su oportunidad y arraigo. La marca «lndignados 15-M» se había planteado como un «test» de popularidad la celebración de su primer aniversario. Tal vez se crea que la prueba no ha sido plenamente satisfactoria para los líderes y portavoces de esta singular cofradía del cabreo nacional, pero han comprobado que ésta no ha muerto, pues ha paseado pancartas y gritado eslóganes de fáciles asonantes por calles y plazas del ancho mundo. El gran poeta satírico Juvenal escribió: «Fecit indignatio versus»; Cervantes le quitó fuerza al traducir el aserto: «Suele la indignación componer versos». Hasta ahora no han aparecido poetas entre los manifestantes del 15-M; no sería justo atribuir condición tan excelsa al autor de un pareado que mejoraría la señora Valentina, recordada coplera de Villalonso. No es la poesía el agua que mueve el molino de la indignación famosa. El inolvidable paisano y catedrático de Literatura Fradejas Lebrero advertía que en estos tiempos de aquelarre político no había salido una sátira digna de figurar en antologías del género. Se ha perdido el arte de descalificar con ingenio y del insulto en verso, que tiene especial sonoridad: sería como reclamar peras al olmo, esperar que los Botejaras parlamentarios -Tierno Galván dixit- emularan en sus rifirrafes dialécticos a Góngora o al conde de Villamediana; nos bastaría con que se propusieran imitar la espontaneidad y la frescura del viejo lenguaje de reñidoras de mercado, que jamás se valieron de papeles en sus interminables réplicas y contrarréplicas.

Los indignados se retiran a sus cuarteles de invierno, la indignación permanece. No han levantado las tiendas que previsoriamente la delegada del Gobierno no dejó instalar. Se ha cumplido la ley sin mayores inconvenientes; con ello se ha demostrado la inanidad de la disculpa que en su día utilizara el poderoso Rubalcaba para no despejar la Puerta del Sol. El cónsul siempre dispone de recursos suficientes para hacer que la Ley sea respetada; en todo caso, es imprescindible la voluntad de responder con fidelidad a su deber. Por esta vez los indignados no lograron su empeño de acampar por tiempo indefinido en la plaza del kilómetro Cero de los caminos de España. No le ganaron la batalla de la asistencia y el aplauso popular al silencioso san Isidro en el día grande de Madrid, su feudo cordial; tampoco pudo acabar con la castiza y señorial fiesta de la Pradera, la sorprendente romería a la Casa de Campo que se le ocurrió al primer Ayuntamiento de la reestrenada democracia. La invención devino en festejo político con abundancia de casetas de propaganda y consumo de bebidas espirituosas en sustitución del agua, milagrera en la creencia del pueblo, de la fuente del santo labrador. De aquella romería laica y pretenciosa de la Casa de Campo, como del famoso Fernández «nunca más se supo». El agua milagrera continúa favoreciendo a los devotos bebedores con el prodigio de su inagotabilidad.

Quiérase admitir o no, la verdad es que las jornadas conmemorativas del 15-M no se han visto premiadas con el «éxito histórico» que, como es de creer, se habían imaginado sus entusiastas promotores que, además, han contado con la ayuda de incansables voceros mediáticos. La celebración ha tenido efecto en infaustos días que han visto multiplicarse y agravarse los motivos de indignación con el consiguiente empeoramiento de economía nacional y familiar. La mayoría de las pancartas y gritos de protesta del 15-M, podrían ser asumidos con conocimiento pleno de causa por los innumerables sufridores de la crisis. Es muy cierto, apodíctico diríase, que los motivos indignantes que hoy nos solicitan son muchos y poderosos; sin embargo, no es menos verdad que algunos medios de comunicación privados y públicos se muestran interesados en barrenar el puyazo. ¿Tan imposible es encontrar una noticia positiva que levante algo el ánimo de la ciudadanía del forzado apocamiento? Uno, me confiesa un antiguo compañero, se levanta preguntándose cuál será la primera de las negras noticias que servirá el televisivo desayuno de la mañana. Enardecer el sentimiento de indignación no ayuda a comprender el problema; la pasión exagerada quita conocimiento. ¿Es algo más que una congregación de apasionados unidos el dispar movimiento del 15-M? El tiempo lo dirá.