El Ministerio del Interior todo lo vuelve policiaco. El movimiento del 15-M, de orden tan cívico, celebró su primer año como asunto de orden público. La vista de la Puerta del Sol llevaba puesta la visera blindada de los antidisturbios. No es que un asentamiento ideológico y asambleario no plantee conflictos de intereses con el ciego de la lotería, la tienda de «souvenirs» y otros comerciantes respetables pero un movimiento declarada, masiva y probadamente pacífico pasó a ser contado con el lenguaje que impuso el Ministerio del Interior con su «a las doce os quiero fuera» y demás. La convocatoria fue un éxito. Además de policías españoles y periodistas de todo el mundo, cupieron suficientes indignados y en Madrid se saldó sin la foto de la ceja rota que conmueve al mundo.

El 15-M y el PP no se quieren. Se notó hace un año, pronto, en Esperanza Aguirre, ese reactivo de las alergias de la derecha madrileña, rompeolas de las de España, y se nota en los carteles de los indignados contra el gobierno, sus medidas y sus siglas, claro.

El 15-M puede pensar en Internet, discutir en centros sociales y actuar en puntos de conflicto pero quiere la calle para representarse y este gobierno, en cuanto ve a cinco personas juntas, teme que una foto en el periódico puede asustar al mercado y poner por las nubes la prima de riesgo. En el paro estos, sin techo aquellos y aquí paz y en el cielo gloria, que el mercado es un ogro cobarde que mete miedo y, a la vez, se asusta de su sombra. Pero una población bonzo, que soporta ser devorada por las llamas sin gritar ni correr, es demasiado espiritual para ser verdad.

A parte y por si consuela: será difícil que la relajación del objetivo de déficit se consiga en las reuniones internacionales sólo con simpatía gubernamental cuando el presidente aún está atónito al comprobar que ni los mercados ni Bruselas respetan su afiliación, ni sus recortes, ni sus políticas de desmontaje.