Nadie recuerda ya de que hablaban los medios antes de hablar todo el tiempo de la crisis. Repasando hemerotecas sorprende que el personal se enzarzara con tanta saña por materias como el derecho a la vida, las bodas homosexuales, la memoria histórica y los nuevos estatutos de autonomía. Nimiedades podrían parecernos hoy, todas aquellas refriegas. Durante el zapaterismo-leninismo, en mi barrio de Salamanca, en Madrid, hasta la gente bien le cogió el gusto a la pancarta. No había fin de semana que no salieran a la calle en contra del gobierno, ya fuera en defensa de los pobres fetos o con las politizadas organizaciones de víctimas del terrorismo. Daba gusto ver a tantas señoras con bolso de Loewe desfilando por Serrano hacía la plaza de Colón. Y después, sin mover los tacones de la «milla de oro», se iban todas de compras, o a merendar a Embassy, que en los años treinta fue un nido de espías y que sale últimamente en todas las novelas pseudohistóricas acerca de aquella época.

Los ricos ya no se manifiestan ni en la acera de su portal, por si les roban la cartera. En los momentos de abundancia, cuando sobra de todo, la sociedad polemiza por cuestiones que, con la llegada de las vacas flacas, son relegadas a un segundo plano, aunque sea inmerecidamente. Algunas de estas desavenencias ni siquiera merecerían tener lugar, puesto que su objeto pertenece al ámbito privado de las convicciones, o de las neurosis, de cada cual, y a nada obligan a quienes personalmente no les afectan. El caballero que no desee casarse con un señor es muy libre de no hacerlo, y la dama que quiera abortar presionada por unas circunstancias adversas, o simplemente porque le da la gana y su conciencia no se lo impide, también.

Y por supuesto, quién deseara firmemente su propia muerte, por la razón que fuere, debería de ser muy libre para llevarla a cabo, siempre que no manche nada. Puesto que nadie nos pide permiso para traernos a este mundo tan calamitoso, es una incongruencia que encima nos pongan trabas para abandonarlo a voluntad. No es de buena educación desear para los demás aquello que queremos para nosotros mismos, porque a lo mejor tienen gustos diferentes. La frase no es mía, pero nunca cito procedencias aforísticas como norma de estilo.

Así que la crisis nos mete en el pozo económico y nos apacigua al mismo tiempo, porque ya no hay ganas, ni energía, para tirarse de los pelos por estos asuntos. Si usted quiere recuperar la osamenta de su bisabuelo, enterrada en alguna cuneta de la guerra civil, hágalo, pero ya no disfrutara de titulares destacados en los medios. Siempre habrá un sobresalto bancario que le robará el espacio. Podemos acabar añorando los tiempos en que discutíamos acerca de todas esas cosas, pero sólo porque teníamos los bolsillos con menos agujeros. Ahora hasta los poetas se meten con los balances de Bankia, que vaya usted a saber.

El debate ético ha sido sustituido por la controversia matemática, que siempre ha sido una asignatura más difícil y menos lucida. Eso no quiere decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero si que, en la vida de cada uno como en la historia en general, resulta facilísimo pasar en un pispás de lo malo a lo peor. En eso estamos.