La orchilla y la caña de azúcar, la morera y la malvasía, el plátano y el tomate llenaron largas etapas de la economía canaria; el telar, el molino y el lagar quedaron como símbolos recurrentes en el folclore. Ahora el turismo y una agricultura diversificada son objetivo principal de los afanes de los isleños; son dos realidades actuantes con resultado desigual, dos actividades concurrentes y en ningún caso antagónicas. El turismo eclosionó como una gran esperanza mediado el siglo anterior, y pronto se afirmó como la gran empresa común de los canarios. A conveniencia de la nueva industria se modificó el paisaje; fueron edificados hoteles opulentos y se crearon grandes complejos turísticos; se construyeron nuevos aeropuertos y ampliaron los viejos; modernas autopistas, anchas y rectas, sustituyeron a las antiguas carreteras, estrechas y largas por sus muchas curvas y revueltas. Muchos jóvenes abandonaron el campo requeridos por los diferentes oficios hoteleros que inmediatamente dominaron gracias a dos condiciones innatas del canario, muy valoradas por el turista: listeza y amabilidad.

Si a esto añadimos la lucida estampa que al decir del historiador Viera y Clavijo, componen las islas, su providencial situación y la placidez del clima, nos parecerá absolutamente lógico que las Islas Afortunadas se ofrezcan hoy como apetecible destino del turismo universal. Resulta, pues, muy comprensible el afán de los canarios por preservarlo de peligros y oportuno el toque de atención ante las anunciadas prospecciones petrolíferas en aguas cercanas. La extraordinaria importancia del asunto bien merece un estudio serio y objetivo, alejado de pasiones políticas que turban el conocimiento. Ya han entrado en liza dos políticos canarios de militancia muy distinta: el pepero Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo, y el nacionalista Paulino Rivero, presidente del Ejecutivo canario. Quizá piense el pesimista «antropológico» que se trata de discusiones bizantinas, de vender la piel del lobo antes de cazarlo; pero las serias parecen argumentar a favor de la existencia del yacimiento que Repsol pretende confirmar.

¡Aquí hay petróleo!; pocos descubrimientos alegran más a una economía pobretona. En los difíciles años de la autarquía, el país entero recibió con júbilo la noticia del yacimiento petrolífero en La Lora (Burgos). Nadie puso pegas a la explotación, esperanzadora en sus comienzos; y aunque los resultados son modestos, la extracción del petróleo tarraconense continúa sin protestas noticiables. Se calcula que el yacimiento canario contiene una muy estimable cantidad de petróleo, suficiente para satisfacer el 10 % del consumo diario en España. El ministro Soria cree que si las prospecciones aciertan, el hallazgo sería extraordinariamente beneficioso para el archipiélago y para la desmayada economía nacional. La presumible creación de cinco mil puestos de trabajo aportaría un buen alivio para la comunidad autonómica que registra el más alto índice de paro, porque también el turismo ha pasado por la etapa de vacas flacas que ciertamente ha superado antes y mejor que otras industrias que siguen pataleando en el atolladero.

El presidente Rivero duda de los beneficios que el hallazgo de petróleo -aún en veremos- podría suponer para España, para Canarias y consecuentemente para el conjunto nacional; al mismo tiempo, encarece los posibles perjuicios al turismo y el daño probable a las costas y a la fauna marina. ¿Se trata de peligros evitables? En este punto es muy conveniente tener en cuenta este dato, alarmante sin duda: El presunto yacimiento se encuentra situado en el mar, a sesenta kilómetros de distancia de Fuerteventura; cerca y en la misma zona ha realizado sondeos el Gobierno de Marruecos. Podría ocurrir que nuestros vecinos se llevaran el petróleo sin considerar ni respetar ajenos inconvenientes. Contra el acuerdo del Consejo de Ministros por el que autoriza a Repsol a realizar los sondeos, el Gobierno canario anuncia recurso al Tribunal Supremo. Es de suponer que no será obviado el principio de solidaridad nacional. Pero la solidaridad ,que como se dice de la caridad, empieza por uno mismo, a veces exige justas compensaciones. En cualquier caso, importa que se nos diga pronto y sin dudarlo: ¡Aquí hay petróleo!