En estos tiempos nuestros en que las posiciones se van extremando sin apenas darnos cuenta y en que es preciso, al parecer, para sobrevivir adscribirse a una postura concreta, los idealistas se ven enfrentados a una situación difícil de resolver buenamente. O prescinden de su actitud y se alinean en alguno de los grupos de presión o deciden aguantar y se quedan entonces aislados, tal vez en hermosas torres de perlas y de jade y marfil, sin una gran capacidad para comunicar sus ideas o convicciones.

Tal proceso que se va acentuando últimamente se plantea con colores oscuros y sombríos a las personas de pensamiento y de la cultura que no suelen aceptar torpes simplificaciones de la realidad o visiones parciales de los problemas, que es lo que suelen hacer los políticos para «convencer» a los votantes. Así para los no alineados hay pocas posibilidades. Algunos simpatizantes de ayer en todos los partidos exigen hoy condiciones y pretenden imponer criterios a quienes solo quieren ser honrados consigo mismos. La neutralidad y el sentido común y objetivador ya no parecen interesar a nadie y fuera de esos ámbitos es casi imposible opinar, criticar o avisar con ciertas probabilidades de éxito.

El independiente ve cómo todo lo nuevo o doloroso se oculta y se tapa y observa que las aportaciones a la solución de los problemas generales interesan muy poco a los responsables de los medios o de las gestiones necesarias.

Un amargo escepticismo va apoderándose de personas íntegras que luchan contra las pasiones de los poderosos. Pocos se atreven a caminar contra corriente, so pena de quedar marginados de la vida social, intelectual o política, según los casos.

Nombres y apellidos tenemos en Zamora sobre esta situación que asombrarían a más de uno, personas válidas que están arrinconadas porque no interesa oír lo que quieren decir, desde los asuntos internos de la Semana Santa hasta las más intrincadas tramas de los partidos y la colocación de hombres clave en puestos de información privilegiada.

Más nos valdría a todos valorar lo que tenemos y empujar a las personas válidas, que no más simpáticas, ricas o influyentes, en el ejercicio de lo que es común e interesante para toda la comunidad zamorana. Pero no hacemos más que mirarnos el ombligo unos y otros y pensar ¡qué guapos y buenos somos! Y así no es posible?