Parece que al cantante David Bustamante se le ha subido el micrófono a la cabeza. El exalbañil, que alcanzó la fama haciendo gorgoritos en un concurso de televisión, ha insultado gravemente a una joven fotógrafa que ejercía su trabajo en la calle. Lo más suave que le dijo, de forma energúmena y amenazadora, fue: «¡fea!». Como si él fuera un dechado de belleza.

Bustamante, que llegaba a casa con su padre, montó en cólera divina al oír el «tic» de la retratadora y, amén de «fea», le espetó: «hija de la gran puta». Luego le dijo que él era un tipo muy trabajador que se lo ganaba cantando. Y que ella venía a ser algo así como una rémora que vivía de hacerle retratos a su hortera flequillo.

Olvida este tipo que cuando va a sacar un disco se hinca de rodillas ante estos mismos fotógrafos suplicando una foto que le dé un poquito de publicidad. Porque aunque él, en un gesto estúpido de orgullo, dice que la prensa no le sirve de nada, sabe que si los periodistas le abandonan como el desodorante, pasará a ser en cuestión de días un cero a la izquierda.

Este tonto del haba ha sacado lo peor de sí en el peor momento. Y se le ha visto el plumero que tiene en la trastienda, tras las cortinas que le dan una apariencia de simpático y bonachón. Porque no se limitó a llamar «hijaputa» a la fotógrafa, también la llamó «subnormal». Como si tener mermadas las capacidades síquicas fuera un insulto y uno una putada de la naturaleza humana.

Se ve que el rico nuevo maneja muy mal el vocabulario. Y para ser una gran estrella es condición «sinequanon» no insultar a nadie, y menos a seres indefensos. Porque si se agarra para insultar a la condición síquica de una persona, prefiero callarme lo que yo podría llamarle a él. Bueno, no me lo callo: es, simplemente, un cojo mental. Vamos, que le falta una pierna para caminar con facilidad con el cerebro.

Su desprecio al trabajo de la reportera le sitúa a la altura del betún, que siempre se aplica a ras de suelo por motivos obvios. A ras del peor tabernario, el del perenne vaso vino en la mano y palillo entre los labios chorreando baba y restos de una aceituna negra.

Piensa Bustamante que él siempre fue un triunfito. Que nunca pasó frío en los andamios españoles. Qué poco le enseñó la vida. Pero los que olvidan sus orígenes, corren el serio riesgo de tener que repetir el curso. Espera a ver si el día de mañana no suspirará por un fotógrafo que le eche un retrato en el andamio mientras canta para las orillas de su camisa la «Campanera».

Atrás quedó el muchacho noble, el emotivo albañil que se hinchaba a llorar cada vez que le decían que había hecho guay un gorgorito. Olvida que reporteras como las que él llama «fea, hijaputa y subnormal», son las que le mantienen en el «candelabro» de este circo. El precio de la fama es alto, y si no tiene casta para pagarlo, que lo deje.

No se puede estar solo a las maduras. Hay que estar también a las duras. Jamás he visto a los grandes de verdad insultando de forma tan violenta y cruel. De su pequeñez da idea que, si el incidente ocurre con un grande de verdad, un Julio Iglesias por ejemplo, ahora mismo le habríamos crucificado. Porque las marcas de gafas, calzoncillos y demás pertrechos que les pagan, no permiten el insulto a sus hombres anuncio.

Todo ello, claro está, si no hay algo que se me escapa y la violencia de este tío responde a una provocación urdida por una cadena de televisión para desacreditarle ya que va a trabajar en la competencia. Pero no, yo no lo creo.

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