Pues claro que el mundo se ha vuelto loco, señora. Ni siquiera las estaciones cumplen con su deber: no respetan los tiempos, ni guardan el orden eternalmente preestablecido; ni responden a los pronósticos del acreditado Calendario Zaragozano basados en múltiples experiencias. Es el caso que se han vivido soleados y alegres días primaverales antes que «la del año estación florida» acudiera a la cita formal. Ha venido dispuesta a responder del retraso no pedido y que ha causado al mundo agrícola perjuicios, acaso irreparables. Medios de comunicación, muy dados al aviso apocalíptico, han informado de que la llegada de la primavera ha puesto a numerosas provincias en estado de alerta, roja para mayor cuidado. A su vez, la gente la ha recibido con satisfacción manifiesta: Por fin llueve ¡Aleluya! No se han abierto las cataratas del cielo como sucedió cuando el diluvio universal; generalizando y sin ánimo de exagerar podría afirmarse que ha caído agua a la medida de un dicho catalán de complicada dicción, «sí que llueve, pero llueve poco». Ha nevado en la sierra madrileña y en pueblos de los valles; y algunos jardines capitalinos han amanecido semicubiertos por un leve tapiz de copos, más efímero que las nieves añoradas por François Villón. Porque visto y no visto; solamente contemplaron el blanco espectáculo los madrileños madrugares que son muchos más que los que maliciosamente suponen los industriosos catalanes.

El sorprendente temporal ha descargado con fuerza desigual en diversos puntos de la península: cuatro gotas en algunas zonas, cantidades apreciables en otras, y en la levantina Torrevieja, capital de las habaneras, ha diluviado con ganas. Sobre algunas provincias han sobrevolado alegres copos mientras que en otras ha nevado con fuerza. En resumen, poco o mucho pero mal repartido. Agua de mayo, gritaba exultante ante la cámara de televisión un labrador toledano; no serán muchos los colegas de otras tierras que le acompañen en el júbilo. En todo caso bienvenido el temporal, ya en receso, pues ha procurado ánimos al campo y alivio futuro a los embalses. Tanto preocupaba la disminución del agua embalsada que la Comunidad de Madrid había decidido inyectar a los pantanos aguas subálveas sacadas de depósitos cercanos. Es verdad que se trata de un recurso de emergencia, posible porque tenemos una larga serie de embalses construidos en respuesta a la «tenaz sequía», en previsión de que pudiera repetirse, como en algún momento ha llegado a temerse. «Juro a Dios que nunca más tendré hambre», se prometió la empobrecida Tamara de «Lo que el viento se llevó». El ridiculizado como «Paco Rana» por un político no acuciado por el abastecimiento de agua, se comprometió a proveer eficazmente contra la frecuente amenaza de la sed.

Los hombres y mujeres del tiempo, de clara dicción y elocuentes ademanes, han trasmitido la última previsión del Servicio Estatal de Meteorología (la denominación es correcta políticamente; no más aceptable que la información periodística que cuenta que ha llovido en gran parte del Estado). Según se nos avisa, el temporal se va; dominará el sol en el cielo limpio de nubes y poco a poco, se recuperarán las temperaturas. ¿Nos amargará de nuevo el pertinaz anticiclón? La primavera vuelve por sus fueros y será como solía. ¿Para gusto de todos? Más de un coetáneo mío recordará el célebre chiste de «La codorniz», la revista irrepetible: un hombre de gesto adusto y rigurosamente vestido de negro, se encuentra al paso una flor y escupe con desprecio: «¡Qué asco! Otra vez la primavera». Pero los gustos no se discuten, reza un filosófico principio. Se le achacó el gusto por el humo de basuras quemadas al rey Enrique IV; también se le llamó «El impotente», condición negada por prostitutas de Segovia, que presuntamente algo debían saber del asunto. Tal vez se impuso la «corrección política»; para bien según aprendimos en la escuela.