Sostengo que es compatible ir a la huelga el próximo día 29 y pensar al mismo tiempo que la convocatoria no va a servir para nada de lo que se propone, si acaso aumentará esa jornada el consumo de televisión, para alegría de los anunciantes. Eso lo saben también los abajo firmantes, pero hasta los sindicalistas están obligados a guardar las formas, no solo los duques consortes, y las formas dicen ahora que hay que ir a la huelga. El paro se monta para pedir por los trabajadores, pero la hucha está vacía y el Gobierno parece más inclinado a recortar las dosis de aspirinas que a subir los impuestos a los ricos, que en esos casos reaccionan simplemente defraudando más, con lo cual la recaudación termina siendo la misma.

Así que los convocantes llevan parte de razón, pero las matemáticas están en su contra y de donde no hay no se puede sacar. Esta huelga es un combate contra los recortes de los derechos laborales y de paso, también, contra la tijera que amenaza a los aparatos sindicales convocantes, con sus burocracias y sus miles de liberados que nunca supimos para qué. El sindicalismo democrático salió muy favorecido de las transacciones de la transición, y le llegó la hora de ponerse al día adelgazando estructuras y gasto como todo lo demás.

Paradójicamente, los beneficiarios de esta huelga no serán los trabajadores sino el señor Rajoy, que la anunció antes que nadie en Bruselas, una tarde que se le quedó el micrófono abierto. «Ya te lo decía yo, Angelita, que me la iban a armar». En el concurso de gobernantes recortadores de Europa, no eres nadie, o quedas de nenaza, si no te montan una huelga general. El éxito de la convocatoria dará verosimilitud a las reformas del nuevo presidente, a los ojos de sus colegas europeos, así que cuántos más españoles practiquen el paro mejor para Rajoy. Es la insólita ambivalencia del día 29: si quieres censurar al Gobierno vive la huelga, y si quieres echarle una mano también.

Todos los presidentes han tenido su huelga general, pero la de Zapatero fue un inocente paro de salón. A Felipe González le montaron tres o cuatro, pero entonces había caja o, mejor dicho, barra libre para el crédito, y la pasta lubricaba al final los enconos. Vistas desde las complejidades del nuevo siglo, las huelgas son eventos bastante antiguos y hasta anticuados, y que nadie ha osado poner al día, menos cuando Pepe Blanco militarizó a los controladores, que para Zapatero debían de ser ricos burgueses reaccionarios y para el resto de España un puñado de caraduras. Las huelgas suelen hacerse para pedir más dineros, menos las huelgas francesas del mayo del 68, que en lugar de cambiar el salario querían cambiar el mundo, que al final es la manera más segura de no cambiar nada.

La convocatoria del 29 no conseguirá modificar una sola coma en los planes del gobierno pero tendrá una gran relevancia para Rajoy, que quedará muy macho en Europa, si la secundamos la mayoría y se arma una buena. También los grandes inversores se sentirán más seguros con las reformas marianas, y aflojarán un poco la soga, si les convencemos masivamente de que este gobierno es un atajo de malvados explotadores, chupasangres y cabrones. Más que una huelga, es una acción patriótica. Allí nos vemos.