Piropo popular a la guapa moza: «¡Viva la madre que te parió!» No hay nada como la madre, peroraba el tío Cleto en el casino del pueblo, te dueles del golpe con un ¡ay, madre!, y en el momento de las boqueadas, de la madre nos acordamos. Liberio, buen cantador de flamenco, canturreó lo de Pepe Pinto «porque madre no hay más que una...». Los de la mesa se mostraron de acuerdo: nada hay en el mundo que se le pueda comparar. En estos días se habla de la madre con ocasión de unas palabras del ministro de Justicia, Ruiz Gallardón exalcalde del Madrid faraónico. A estas alturas de la polémica, ya no parece discutirse sobre lo que realmente dijo, suele ocurrir en los rifirrafes políticos cuando se manipulan las opiniones del rival, abundan las descalificaciones y se aportan argumentos de ateneo obrero o de tertulia de cantina.

En la descomunal trifulca en torno a la contestación de Rajoy a una pregunta parlamentaria, parece olvidado el quid del asunto, la madre del cordero: el derecho sin trabas a la maternidad. Se fundamenta en hechos la opinión del ministro de Justicia: «Muchas mujeres ven violentado su derecho a ser madres por la presión que generan a su alrededor determinadas estructuras». Tal vez, podría exigírsele a Gallardón que concretara esas estructuras que frenan la maternidad, pero no sería correcto ignorar la denuncia sin comprobarla. Incorrección intolerable es descalificar a los que la aceptan, como ha hecho la portavoz socialista Soraya Rodríguez, tocaya y paisana de la vicepresidente del Gobierno. Otra fémina encumbrada en la política, Elena Valenciano ha creído fulminar el propósito de Ruiz Gallardón con trasnochados eslóganes pancartistas: Las mujeres no queremos salvadores, no queremos padres espirituales. La vicesecretaria general del PSOE se erige en portavoz universal de todas las mujeres, lo cual tendrá que acreditar. Y si son muchas -no todas- las féminas que no desean «salvadores», infinitamente mayor es el número de nascituros «in periculo mortis» que los necesitan. Lo de los «padres espirituales» se nos antoja un viejo contencioso socialista. Cuando se discutió en las Cortes republicanas el voto femenino contendieron dos famosas políticas del momento: Clara Campoamor, dama elegante y figura intelectual muy respetada, y Victoria Kent, popularizada en el chotis de «Las Leandras», la primera defendió con decisión la concesión del voto a la mujer, doña Victoria oponía este reparo: muchas mujeres españolas votarán al partido que les aconseje su confesor (hoy ese peligro no existe, pues el sacramento de la Penitencia está en crisis). Por justiciera fortuna para la mujer, la ley salió adelante.

Era predecible, la polémica ha dado origen a dos posturas radicales y en consecuencia irreconciliables, para abreviar y dejarlo claro, diremos que enfrenta a la derecha y a la izquierda que mantienen políticas contrarias sobre el aborto. Unos y otros defienden derechos incompatibles: el derecho a la maternidad que a lo largo de la Historia jamás fue puesto en cuarentena, y el derecho al aborto que hasta hace pocos años fue considerado delito; el sorprendente cambio ha sido calificado de aberración jurídica por algún autorizado comentarista. Se olvida o soslaya un derecho fundamental y superior: el derecho a la vida, se condena al inocente que no es culpable del embarazo deseado o no. Algo se va adelantando al debatir la espinosa cuestión, el embarazo es designado por su propio nombre, en vez del presuntamente IVE, que en resumidas cuentas, significa lo mismo, pues tanto da matar como interrumpir la vida. Apunta una veterana cronista parlamentaria que por primera vez se ha hablado de maternidad en el Congreso, el hecho resulta significativo y da a pie a preguntarse si la política va a cambiar de antinatalista a protectora de las madres que han decidido serlo. En los años primeros de la democracia un joven político sorprendió al personal al afirmar que un ministro era patrimonio del Estado. Sin duda, lo es la maternidad como garantía de continuidad de la nación. Estadísticos y sociólogos han dado reiteradamente la voz de alarma, se reduce la población porque nacen pocos niños. En vez de promover el aumento de la prole como hicieran históricos estadistas, se procura impedir que crezca. ¿Quién acorrerá en un próximo futuro, a los jubilados?, se pregunta el sociólogo utilitarista.