La gente sabe bien lo que no quiere y a la vez casi nadie sabe lo que quiere. Es muy difícil discernir qué es ahora preciso o posible para la mejoría general colectiva. Abogados, profesores, políticos, economistas, banqueros, exhiben habitualmente un arbitrismo de aficionados novatos cada vez que peroran acerca del hoy y del mañana de España. Los menos fanáticos suelen apoyarse en Europa y pregonan, sobre todo y por encima de todo, moderación. Es lo coherente. La realidad se parece poco al sintético formulismo de los teóricos. El mañana que nos espera a la vuelta de la esquina de estos años se nutrirá del patrimonio cultural que hayamos almacenado. Empezamos mal cuando para echar a andar tenemos que recurrir a préstamos -ideológicos o financieros- del extranjero europeo. Lo que no hagamos y consigamos nosotros mismos no nos lo va a dar hecho nadie. Por eso y por coherencia, no hay que despilfarrar.

Los gobernantes de hoy no van a poder hacer milagros por mucho que lo estemos deseando todos. Y nosotros, aquí en Zamora, tampoco. Para que el Estado y las instituciones varias puedan funcionar, nos guste o no, se necesita el esfuerzo de todos y la adhesión al deseo sincero de salir adelante y no conformarse con ser críticos, teóricos y contemplativos. ¡Qué bien se nos da esto de contemplar! Cada uno debe ofrecer y dar lo que puede y sabe. Solamente y nada más, porque nadie le va a obligar a más.

Yo no sé si los nuevos cambios de dirección cuajarán en frutos maduros de esperanza. Un fracaso en este aspecto entrañaría discrepancias entre la ciudadanía. Para lograr caminar en la dirección beneficiosa es preciso que despierten los que están dormidos y que se despabilen bien los que aún están soñolientos y adormilados. No podemos solo conformarnos con mirar, hay que querer arrimar el hombro.

El simple consumidor, ciudadano normal, está siendo engullido, tragado, es decir, transformado en materia orgánica pura y simple. Se lo traga la maquinaria pesada del consumismo y sus burocracias.

Teóricamente, el ciudadano posee toda la fuerza, a través de los votos y las urnas, pero en la práctica es una insignificancia, es decir, un pobre diablo y hacen con él lo que quieren. Si lográramos una encuesta seria, los resultados nos dirían que la mayoría del pueblo español está más atenta a los problemas económicos familiares que a los asuntos políticos. Tratan de interpretar o de suplantar su voluntad grupos o grupúsculos, personajes y personajillos que no hacen otra cosa. Se sigue sin aceptar que haya resultados auténticamente populares, libres, directos y secretos.

Sería una sincera necedad y una franca estupidez incardinar los deseos íntimos y reales de los ciudadanos en cualquier frase del refranero y conformarse con un «Dame pan y llámame tonto». A lo mejor ahí está la explicación de tanto derrochar y dilapidar en algunas comunidades autónomas. El problema de la Renta Nacional podría ser solo una cuestión de reparto equitativo en inteligente fiscalidad, sabiamente gestionada por personas honradas.