Puede haber ocurrido que un rayo de luz inunde el espacio, hasta ahora oscuro en el ámbito oficial, de lo que se refiere al 11-M. La aparición de restos del único tren que no se destruyó totalmente y tampoco se hicieron desaparecer en la reparación y repuesta en servicio de ese tren (o vagón) ha constituido un sano revulsivo en las gentes de bien que, por fin, encuentran un probable punto de apoyo para la esperanza. Y lo más feliz es que, entre tantas «gentes de bien», se halla el fiscal general del Estado, don Eduardo Torres-Dulce, quien ya ha ordenado a la Fiscalía de Madrid que se instruyan diligencias para comprobar si en el pasado se ha cometido el delito de «Obstrucción a la Justicia», quién pudo incurrir en tal delito y en qué tipo y gravedad del delito incurrió. El haber dado esa orden, con diligencia e independencia ejemplares, es una grande y buena noticia. Por otra parte, la reacción del señor presidente del Gobierno, haciendo profesión de respeto a la independencia de la Fiscalía, corrobora esa buena impresión que vengo comentando.

Amarga un poco esta buena nueva el tiempo transcurrido desde que los restos fueron depositados (o tirados) allí y las pésimas condiciones del local para una perfecta conservación de ese precioso material. En las sucesivas noticias -escasísimas en cuanto al número de medios de comunicación que se han hecho eco de ellas, cosa, por cierto, normal, dado el comportamiento de otros medios desde el principio- ya se ha advertido de la dudosa eficacia que tales pruebas puedan representar para la determinación del indicio principal (el explosivo empleado en el bárbaro atentado). Casi se descarta por completo lo que pueden ayudar desde el ámbito de la química; no tanto desde el punto de vista de las aportaciones físicas, puesto que se alude, como principal aportación, a la estructura de los cortes producidos por la explosión, cortes que pueden aparecer indemnes y con todo su valor indiciario. Yo, utilizando solo el sentido común, consciente de mi ignorancia en cuestiones relacionadas con la Química, pienso que -tal vez- lo que se arguye como impedimento pueda ser, al contrario, una ayuda poderosa. ¿No puede ocurrir que, precisamente esas condiciones de tiempo transcurrido y malas condiciones de almacenamiento hayan contribuido a que se hayan conservado, bajo el polvo acumulado, elementos químicos que ayuden al esclarecimiento de lo que está tan cuestionado en lo que conocemos (más bien en lo que nos dejan conocer) por la aportación de la investigación judicial y pericial primera del terrible acontecimiento? Es, en mi modesta y profana opinión, muy interesante que todo lo conservado, incluido el polvo que pueda recubrir los restos, esté sometido a una escrupulosa vigilancia que excluya la más mínima alteración en lo poco que se posee. No es admisible que ni siquiera un inocente plumero haga desaparecer con el polvo algún vestigio de naturaleza química del tan significativo explosivo utilizado. Si una porción insignificante de polvo, recogido en una de las estaciones, se utilizó en las pericias anteriores, creo que será mucho más decisivo el polvo que ha ido acumulándose sobre los restos de la parte sometida a la explosión en uno de los vagones afectados.

Y ahí es donde entra su primera aportación a toda esta importante investigación, señor Cosidó. Y, sin duda, es para nosotros una garantía de buen hacer el hecho de que sea usted el que tiene a su cargo a las personas que deben llevar a cabo la importante tarea de vigilar, sin ningún peligro de ruptura «en la cadena de custodia», esos restos. Tales personas deben ser de absoluta confianza de usted y de todas las personas que desean llegar a conocer la verdad, en primer lugar -es natural- los familiares de fallecidos y heridos aquella mañana del 11-M. El que ha sustituido al infausto señor Sánchez Manzano y las personas que estén bajo su mando deben entregar a unos peritos completamente fiables, sin ningún género de alteración, ese material que puede ser precioso, aunque quedara limitado a las condiciones físicas que ofrezca a la anhelada investigación genuina. Su responsabilidad, señor Cosidó, es tremenda en estos momentos. Responsabilidad que se ve acentuada por nuestras esperanzas en usted. Su conducta en el turbio «caso Faisán», cuyo esclarecimiento ha gozado de tantas trabas que no ha podido esclarecerse, nos hace esperar de usted en este asunto un tesón émulo de aquél con el que usted acompañó al actual secretario del Congreso, señor Pons, tan insistente en querer abrir una brecha en el silencio impenetrable (y por eso, tal vez, cargado de sospecha) de dos ministros del Interior.

Su responsabilidad no quedará en esos primeros pasos de conservar hasta una seria pericia los restos que obran bajo su custodia. Deberá ser responsable de valiosas aportaciones a la autoridad judicial que quepa en suerte, para que la instrucción que, sin duda, abrirán las nuevas autoridades del importantísimo Ministerio de Justicia pueda presentar a un tribunal, también eficaz, una impecable labor que dé lugar al total, absoluto y completamente fiable conocimiento de la verdad. Sería motivo de una sana alegría para tanta gente que espera que el trabajo que le ha caído en suerte a usted, señor Cosidó, secundado fielmente por una laboriosa instrucción y posterior ponderado juicio, en los que interviniera personal cualificado y fiable, desde la Fiscalía hasta los peritos y juristas que tomaran parte de cualquier manera, nos llevaran a conocer, con garantía judicial, quién tramó y quién llevó a cabo como autor material (de verdad, y no como el pobre «morito de Lavapiés» que está purgando en la actualidad) la mayor salvajada que hasta llegó a cambiar, en marzo de 2004, el signo del Gobierno de España.