Si bien se mira era de esperar, tras el movimiento del 15-M, que la política de esta legislatura con mayoría del PP iba a estar más presente en la calle que en el Parlamento. La crisis, su dureza y su larga duración, están llevando a las fuerzas sociales a una participación activa en el devenir del país. Parece que por fin piensan, como en la vieja anécdota, que la política es una cosa demasiado seria e importante para dejarla en manos de los políticos. Y ahí está la calle, con protestas estudiantiles por los recortes del presupuesto en educación, con protestas de los trabajadores por la reforma laboral, y en general aunque no se movilicen con un latente malestar ciudadano tras sufrir la subida de impuestos.

Dice Rajoy y dice bien que las protestas en la calle no sirven de nada. Es verdad, ni siquiera la huelga general que se aproxima servirá en absoluto para paliar la crisis, sino todo lo contrario, para hacer más relevantes los problemas. Pero es que la indignación y la irritación están llegando lejos, y eso que los españoles, que han dado su voto masivo al PP tras el fracaso estruendoso del PSOE, confían en el nuevo Gobierno por muy duras que sean las medidas de ajuste que haya que tomar. Las encuestas, pese a acusar la situación, siguen inclinándose por Rajoy con mucha diferencia sobre un Rubalcaba que no convence a propios ni ajenos. Pero que siempre los sacrificados resulten los mismos no es tolerable ni asumible y por eso los jóvenes, sobre todo, salen a expresar un descontento que ya no pueden contener.

Lo que pasa es que como siempre ocurre en estos casos no faltan los pescadores de río revuelto, y ahí tenemos cómo algunos líderes estudiantiles de los pasados disturbios en Valencia y Barcelona no hayan dudado en definirse como chavistas, o castristas, o lo que sea, pero siempre desde la orilla izquierda. Otra cosa es que el PSOE se aproveche de la situación y anuncie que apoyará las protestas callejeras. Porque tampoco el PP puede reprochar nada en este sentido cuando se ha cansado de asistir, siendo oposición, a las manifestaciones que otros promovían, contra el aborto o de apoyo a la familia, por ejemplo. Más bien, habrá de tener mucho cuidado el Gobierno en manejar con tino y tiento la situación, porque existe una cierta crispación evidente que a nada bueno puede conducir. La actuación de las fuerzas del orden en las primeras protestas valencianas fue una muestra de cómo no se deben hacer las cosas, aunque, eso sí, la autoridad debe ser siempre eso: la autoridad, porque no hay nada peor que su ausencia o su debilidad.

Habrá que esperar a ver cómo van derivando las cosas en este marzo que puede ofrecer las claves del futuro más cercano. En este aspecto será bueno reconocer la dimensión del asunto, sin paños calientes. Y tratar de solucionar los problemas. Salir culpando a los estudiantes, o a los trabajadores, o a elementos proclives a la violencia, que los hay, no solo no resuelve nada sino que puede enquistar la situación. Hay mucha gente, cada vez más, muy harta de ver cómo viven de bien los que viven de la política, sin renunciar a ninguno de sus grandes sueldos y privilegios, mientras los demás tienen que seguir apretándose el cinturón. El empobrecimiento radicaliza y eso es lo que debe tener en cuenta el Gobierno.