Para encarnar el mal, Darth Vader debía evocar la idea del mal en el imaginario occidental, y la mezcla plástica de nazi y cruel samurái resultaba óptima. Pillar los hilos que llevan a esas zonas negras del subconsciente colectivo, y darles forma, requiere el talento del artista, en este caso Ralph McQuarrie, que acaba de morir. El secreto de «La guerra de las galaxias», aparte del virtuosismo técnico (para su tiempo), reside en que tanto la historia como los personajes son un patchwork de mitos, leyendas, fobias y deseos. Pero todos nos hacemos mayores, y Darth Vader ha acabado siendo tan familiar y doméstico que su alma siniestra ha sido deglutida y redimida por la democracia consumista, un detergente de eficacia probada, pues no hay tirano que aguante el cuerpo a cuerpo y el manoseo de las masas. Ralph McQuarrie, padre del monstruo venido a menos, puede descansar en paz.