No sabemos gestionar nuestras emociones. O nos pasamos o no llegamos. Y así nos va. Y es importante eso de controlarlas convenientemente. Si será importante, aseguran los expertos en conducta, que el 80% del éxito social y laboral depende del manejo «inteligente» de las emociones. Un dato que se puede extender al resto de aspectos vitales: vida social, amor, amistad... Todo está relacionado con las emociones. Cabalgan unas veces desbocadas y otras a trote lento y al faltar el debido control como que las cosas no funcionan luego como debieran.

En algo podemos estar todos de acuerdo, España es diferente, España sigue siendo epidérmica y visceral, bueno, más que España, los españoles, provocando que el mayor o menor nivel intelectual determine muchos comportamientos. No sabemos gestionar nuestro capital emocional y así nos va. Si iniciáramos su aprendizaje en la más tierna infancia, como corresponde, evitaríamos muchos conflictos futuros. Y no sé por qué, los seres humanos parecemos abocados al conflicto permanente. Nos va la marcha. Solo que esa marcha en concreto no compensa, sabiendo como se sabe que todo tiene solución previa.

Toda la vida hemos ubicado los sentimientos en el corazón, dejando de lado su habitáculo preferencial, el cerebro y es un error, aunque bien cierto es que desde niños estamos acostumbrados a que nos evalúen el coeficiente intelectual, pero no la inteligencia emocional que es algo bien distinto. Sin embargo, cada vez son más las empresas que piden, a los jóvenes, competencias emocionales que tienen que ver con el trabajo en equipo, espíritu de colaboración, comunicación y demás aspectos relacionados con el tema que nos ocupa. Y puntúan de forma decisiva, ¡ya lo creo que puntúan!

Estudios al respecto aseguran que el 90% de las decisiones que se toman son intuitivas, producto de un proceso en absoluto racional, más emotivo y que lleva a actuar no tanto por hechos como por sentimientos. Estamos en la obligación, por salud mental y emocional, de pararnos a reflexionar un poco sobre nuestros comportamientos. Y si además podemos analizar esos momentos en los que se puede gestar un conflicto y atesorar la suficiente paz interior para saber prevenir los problemas, mejor que mejor, solo que da la sensación de que a veces disfrutamos metiéndonos en camisas de once varas.

No hace falta ser un lince para darse cuenta de que vivimos en una sociedad conflictiva, pero tampoco hay que ser muy listos para saber que muchos de los problemas que nos atribulan son artificiales, nos los inventamos, los creamos solo para justificarnos, hasta tal punto que perdemos hasta un 40% de nuestro tiempo gestionando conflictos que tienen solución previa. Los seres humanos somos así, complicados por naturaleza y sin el dominio preciso y precioso de las emociones cuyo descontrol acaba con cerebros privilegiados. Por el contrario hay personas que sin gozar de ese privilegio saben manejar ambos planos.

Hay que aprender a regular las emociones. Es una de las formas, por no decir la única, de mejorar las relaciones sociales. No estaría de más que los libros de texto incluyeran entre sus materias la inteligencia emocional, dando a los padres y educadores las herramientas precisas para ello. Lo que sea, que nos permita gestionar el capital emocional desde el aprendizaje a fondo. Conociendo las emociones, se evitarían muchos conflictos futuros. Y de eso se trata ¿no?